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PISA
PISA: UN DESTORNILLADOR PARA CLAVAR CLAVOS
Por: José Saturnino Martínez. El Diario de la Educación. 09/12/2016
Estamos utilizando el Informe PISA
para cosas para las que no fue diseñado. Tal vez un cambio en su periodicidad
supusiera mejoras en su uso e impacto.
Las herramientas no son buenas o malas, se usan bien o mal, según sea la
función para la que están diseñadas. PISA es una herramienta para el análisis
educativo, y mucho del ruido que genera es debido a que se emplea para discutir
problemas para los que no está diseñada. Como sociólogo de la educación recibí
PISA, hace ya quince años, con gran alegría, pues me permitía responder de
forma sistemática a muchas preguntas que me hacía. No conozco ningún otro
esfuerzo en ciencias sociales tan riguroso y sistemático para comparar un hecho
social en tantos países. Es increíble el esfuerzo presupuestario y organizativo
que se hace para que avancen las ciencias naturales, con grandes instalaciones
científicas para recabar datos, pero que esta sea prácticamente la única
operación estadística sistemática de tan amplio alcance.
Gracias a PISA podemos saber en qué países el alumnado muestra mejores y
peores competencias, dónde influye más o menos el origen social o comparar con
facilidad las instituciones educativas básicas de los diferentes países
participantes. Pero son muchas las cuestiones que no permite investigar
adecuadamente, aunque se esfuerce en ello. Por ejemplo, pregunta cuestiones
didácticas, cuando el resultado en las competencias a los 15 años es tanto
resultado del profesor que se tiene ese año como en años previos y, además, es
posible que el profesorado adapte su didáctica al tipo de alumnado que tiene
enfrente, por lo que no podemos extraer con facilidad conclusiones sistemáticas
sobre esta cuestión.
Pero a medida que van pasando los
años, veo con horror cómo el destornillador se emplea cada vez más para clavar
clavos, es decir, cómo PISA se emplea para cuestiones que no debería. Algunas,
a pesar de la propia OCDE. Por ejemplo, PISA no sirve para clasificar países
como si fuese una competición deportiva. La educación no es una competición,
por el sencillo hecho de que si más personas mejoran en matemáticas en un país,
eso no perjudica a la adquisición de competencias en otro país. Además, las
puntuaciones están sujetas a márgenes de error, por lo que las diferencias
entre países en muchos casos se deben a ruido en las mediciones, no a
diferencias sustantivas. Por otro lado, como ha señalado Carabaña, y sostiene PISA,
aunque sin la debida coherencia, las competencias son resultado de múltiples
procesos sociales, por lo que es absurdo atribuir las diferencias observadas a
la calidad de las escuelas.
Lo peor es cómo se ha impuesto una mirada absurda de los sistemas
educativos. Como ha señalado Popkewitz, un sistema educativo no se puede
descomponer en una sucesión de hechos aislados, que son replicables en otro
sistema educativo. La facilidad de explotar tantos datos ha llevado a una
industria investigadora en que se descomponen las delicadas relaciones de
sentido propias de cada país en una serie de artificios estadísticos, a los que
luego los investigadores atribuyen mal que bien algún tipo de sentido. En
ocasiones, esto puede ser una buena estrategia como herramienta de diagnóstico.
Pero desde el punto de vista de la política educativa es una locura. Transmite
el mensaje de que se puede intervenir sobre el sistema educativo de forma
tecnocrática.
La LOMCE es resultado de esta ideología, la creencia de que se puede
aplicar una política educativa sin hacer política, sin negociar, sin ganarse el
apoyo de la comunidad educativa. Ya se acumulan muchas experiencias en reformas
educativas como para saber algo tan sencillo como que la política educativa es
eso, política, saber cómo influir en relaciones de poder, ganando apoyos de los
diversos sectores de la comunidad educativa, que son los que luego tendrán que
desarrollar toda la legislación. Estamos asistiendo a la paradoja de que el
mismo partido que aprobó la reforma está procediendo a su desmantelamiento, por
el sencillo procedimiento de poner al frente del Ministerio a un político,
desplazando a un iluminado soberbio.
Otra cuestión un tanto absurda es la idea de que el resultado en PISA
está relacionado con el crecimiento económico. Estudios económicos parecen
evidenciar que es así. Pero imaginemos que en España consiguiésemos unos
resultados excelentes. Si no se generan oportunidades laborales, esos jóvenes
brillantes tendrían que irse a trabajar a otros países. Oh, espere, ahora que
me doy cuenta, los resultados de España son tan buenos como los de EEUU desde
hace décadas, y mientras allí importan jóvenes brillantes de todo el mundo,
aquí expulsamos a los nuestros, y cuando nos llegaban inmigrantes era para
ocupar puestos de trabajo de baja cualificación.
Quizá una forma sencilla de limitar los estragos que está causando PISA
en la política educativa sería limitar su periodicidad. Los resultados de las
diferentes evaluaciones se han mostrado más bien constantes en la mayoría de
los países, y el plazo de tres años es demasiado breve para evaluar de forma
atinada una reforma educativa. Cada diez años, un nuevo destornillador
para ajustar tornillos, no para clavar clavos.
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2016/11/30/pisa-un-destornillador-para-clavar-clavos/
Fotografía: hansmejiaguerrero
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