ESTAR ACTUALIZADO CADA DÍA
¿Cuánto vale un maestro?
Autor: Germán
Díaz
Religioso Salesiano. Lic. en Comunicación Social germansdb@gmail.com
Esta es la
pregunta que uno se hace cada vez que escucha a los funcionarios públicos y a
algunos disparatados aprendices del “hablemos sin saber”[1] de cada día: ¿Cuánto vale un
maestro? ¿No es la educación el
cimiento fundamental de un pueblo? No son los edificios, ni las netbooks,
ni los aberrantes discursos políticos demagógicos los que educan. La
verdadera educación, es cierto, comienza en la casa, la familia. Pero ¿qué
ocurre donde no hay familia y donde no hay madre ni padre presentes? Cuando
una sociedad, como la nuestra, haya caído más profundamente en el mal ejemplo
y la grosería, ¿quién seguirá siendo, a pesar de todo, el garante de la
formación, el sostén de los valores, el afecto demostrado, el psicólogo, el
cura, la segunda mamá, el adulto ejemplar…? ¿Quién será sino el docente?
No hace
mucho, vi llegar a la escuela céntrica de una ciudad del norte argentino a
una maestra en una bicicleta negra de caños gruesos y a sus alumnos que la
saludaban desde una Hyundai 4x4 conducida por su papa concejal. Poco tiempo
después, ese funcionario rebajó a la “maestrita” y le pidió explicaciones
sobre su accionar en un caso de indisciplina, sin mucha importancia. Un
concejal, en algunas provincias, gana diez veces más de sueldo que un
maestro. La maestra lloraba porque no podía cumplir con el pedido del padre.
¿Cuándo vimos a un político llorar por no encontrar soluciones a los
problemas reales del pueblo? Nunca, y quizás no lo veremos tampoco.
Genera violencia interior
pensar que los que critican a los maestros por sus reclamos de sueldos viven
en Puerto Madero (Buenos Aires) o en hermosos barrios privados con vista a lagos
artificiales, tan pero tan artificiales como sus relatos políticos. No es
bueno proponer el odio, sí, desde el evangelio, despertar las conciencias
dormidas del populismo insano y déspota que usa al pueblo solo para batallas
políticas y reeleccionistas. Tanta mentira sin escrúpulos algún día se
conocerá, y les contaremos a las generaciones futuras que la Educación fue
utilizada para el desprestigio de los maestros que una vez fueron gloria y
hoy son solo un sueldo por el que deben pelear. Un gobierno que no cuida a
sus maestros se puede morir en cualquier momento, no tendrá, seguro ningún
lamento, ningún recuerdo, ningún monumento. Los maestros no piden limosna, ni
lastima, solo justicia o al menos respeto. Qué lejos estamos de esa visión
positivista que colocaba al maestro y a la escuela en un lugar casi de
privilegio[2].
¿Cuánto
vale un maestro? Mucho más que un aumento, mucho más que una atención anual
por su día, mucho más del simple “Gracias, Seño”. Un maestro implica un valor
enorme para una sociedad. Pero, para valorar el gran trabajo de un maestro,
primero debemos ser un gran pueblo. No lo somos, por cierto. Las deudas
pendientes son muchas. Para volver a ser una gran Nación, esa que soñaron
nuestros abuelos, la que trabajaron nuestros padres y la que merecen nuestros
hijos y nietos, es hora de que bajemos nuestro orgullo, frenemos nuestra
soberbia y caminemos con humildad por la construcción en serio de un país con
buena gente, futuro, educación, justicia, pobreza cero, políticos
comprometidos con los principios republicanos y democráticos, con una
economía cuidada y no improvisada. Una buena manera de volver a ser un gran
país es reconocer que, en el comienzo de un país fuerte y serio, hay una gran
educación con buenos maestros que no necesitan perder tiempo en sindicalismo.
Maestros que lleguen a fin de mes tranquilos, ocupados en su valiosa tarea de
enseñar y compartir con los niños, las niñas y los adolescentes que, en
palabras de la familia salesiana, son: “La porción más delicada y valiosa de
la sociedad humana”[3].
[2] Ideología positivista que presidió
el proceso de secularización que acompañó la conformación de los sistemas
educativos y reivindicó, para la ciencia y la escuela, un carácter y una
dignidad moral casi sagrados. La escuela del Estado tenía por función
construir esa nueva subjetividad que se le asignaba al ciudadano de la
república moderna. La tarea del maestro es el resultado de una vocación, su
tarea se asimila a un “sacerdocio" o "apostolado", y la
escuela es "el templo del saber"… “La enseñanza, más que una
profesión, es una "misión" a la que uno se entrega, lo cual supone
una gratuidad proclamada que no se condice con lo que la sociedad espera de
una profesión, entendida como actividad de la cual se vive, es decir, de la
que se obtiene un ingreso y una serie de ventajas instrumentales, como
salario, prestigio, etc.
Inés
Aguerrondo, IIPE/UNESCO, Sede Buenos Aires, Pontificia Universidad Católica
Argentina, Seminario: “Desafíos para la Educación - Una mirada a diez años”,
Universidad Católica del Uruguay, Montevideo, 26 y 27 de mayo 2010).
[3] Para contribuir a la salvación de la
juventud ─la porción
más delicada y valiosa de la sociedad humana-─, el Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a san
Juan Bosco (Constituciones Salesianas, artículo 1).
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