ESTAR ACTUALIZADO CADA DIA
PLATERO Y YO
"Se cumple 103 años de la creación de éste libro,yo lo
usé,si lo usastes compartir"
Platero es un burro pequeño, peludo, suave; tan
blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Come de
todo y los del pueblo dicen que tiene acero.
Era una noche morada y brumosa. Vagas claridades
malvas y verdes quedaban tras la torre de la iglesia. Salió un hombre oscuro,
con una gorra y un pincho que quería clavar en el seroncillo pero lo impide.
Tres niños hacían como si fueran mendigos, uno decía
que era cojo, etc. En esto que llegó una niña forastera y les insulto dándoles
a la vez un consejo.
Todo se veía distinto cuando ocurrió el eclipse, el
mar parecía blanco… Y para observarlo mejor utilizaban varios instrumentos:
gemelos de teatro, etc. Y también lo veían desde diferentes sitios: desde el
mirador, etc.
La luna les acompaña por un valle soñoliento. Hay un
olor penetrante a naranjas, humedad y silencio. Hace frío y tienen miedo, así
que Platero trota para salir de allí.
Le dice a Platero que si fuera a la miga aprendería
muchas cosas. Sabría más que el médico. Pero que era muy grande para sentarlo
en una mesa, cantar en el coro, escribir con pluma, etc. Además le
maltratarían. Así que el mismo dijo que le enseñaría algunas cosas.
Cuando se viste de luto con barba nazarena y pasa
montado sobre Platero, los chiquillos gitanos aceitosos y peludos, le llaman
loco.
Es Sábado Santo y están matando a Judas. Todos
disparan sus escopetas. Pero hay un problema, y es que hay mucha gente que se
llama Judas.
Hacía un buen tiempo para comer brevas. Así que
echaron una carrera para cogerlas, pero Adela, que era gordita y baja, corría
poco y como no la esperaban, se enfado. Poniéndose a tirar las brevas a la
cara, y así no las empezamos a tirar entre nosotros.
Caen rosas del cielo, parece que se deshace el cielo
en rosas. Cuando caen dejan el paisaje rosado como los cuadros de Fray
Angélico.
Parece que la vida pierde su fuerza cotidiana. Si se
muriera Platero antes que el muchacho, no lo enterraría en el Moridero como los
demás hombres que tienen burros si no que lo enterraría en un lugar donde estuviera
entretenido con niños, niñas, pájaros, etc. En el cielo azul de Moguer.
Cuando iban por la dehesa de los caballos, Platero,
cojeó. Y cuando le vio la pata se fijó que tenía una púa, y se la sacó. Después
el muchacho lo llevó al arroyo para curársela y siguieron su marcha.
Ya llegaron las golondrinas, contando lo que han
visto en África y en los lugares por donde han pasado. Están como despistadas
sin saber qué hacer. Vuelan en línea recta. Y se van a morir de frío.
El muchacho va a ver a Platero al mediodía a la
cuadra. Diana una cabra que se echa sobre las patas de Platero, se acerca al
muchacho como jugando y lo mira. Y Platero rebuzna de felicidad.
Había un potro negro, con tornasoles granas. En sus
ojos parecía que había fuego. Y pasaba por las calles como un campeón. Cuando
entro en el corral, cuatro hombres lo cogieron y lo tiraron sobre el estiércol,
y, después de castrarlo parecía otro; blando, sudoroso, triste, etc. Lo levanto
un hombre y se lo llevó.
Su niñez fue buenísima. Primero se iba a la casilla
de Arreburra, y estaba en su corral dorado por el sol, y desde allí miraba
Huelva, encaramándose en la tapia. Después de allí se iba a la calle Nueva,
etc. Luego a la casa de don José, el dulcero, y se quedaba deslumbrado con sus
botas de cabrito. Tuvo muchos sueños, que se imaginaba desde su balcón y otros
lugares.
Trata de un niño tonto que siempre estaba sentado en
su silla delante de su casa viendo como pasaban las personas. Nunca daba nada,
todo era para su madre. Un día cuando pasó el autor ya no estaba el niño tonto
sino un pájaro y entonces supo que había muerto y había subido al cielo, y allí
estaría sentado en su silla.
Era una niña que se llamaba Anilla la Manteca a la
que le gustaba disfrazarse de fantasma, y una noche se vistió para asustar a
unos niños pero empezó una tormenta y se metieron en casa. Hubo un ruido seco y
entonces todos se quedaron ciegos. Cuando volvieron a la realidad estaban en
otro sitio y bajaron donde estaba Platero. Y allí estaba la pobre de Anilla
muerta a causa de un rayo.
El autor le va contando a Platero todo lo que ve,
las hierbas, las flores, etc. Entonces Platero se pone a beber en un charco que
había. Luego todo cambia. Como si cada momento que pasaba fuera a descubrir un
paisaje abandonado. La tarde fue inacabable, tranquila. Llamó a Platero y se
fueron.
Cuenta el autor que estaba jugando con Platero y
entonces vio llegar a una mujer gritando que si estaba ahí el médico francés y
un poco más atrás venía la gente con un cazador cogido. El médico lo bajo y le
miro la herida que tenía en el brazo, pero el médico decía que no era nada. Y
un loro repetía todo lo que decía mientras el cazador gritaba de dolor.
Platero como no había subido nunca a la azotea no
podía saber lo que allí se sentía. La azotea es maravillosa. Desde allí se
pueden ver y sentir un montón de cosas. Parece rara la vida de debajo de la
azotea cuando estás allí.
Venían cargados de flores de los montes. Caía la
tarde. Parecía que el oro se convertía en plata. Los lirios parecían con otra
frescura. Y sin darse cuenta había dejado a Platero atrás.
Siempre que iba el autor a la bodega del Diezmo, él
se iba a contemplar la verja para ver si podía ver algo de dentro. Que
fantástico espectáculo el de la verja. En sus sueños, el autor, se imagino que
aquello era maravilloso. Así que acudía muchas veces para ver si alguna vez la
abrían.
Platero iba ungido y hablaba como con miel. Vio a
don José en su huerta gritando palabrotas a los muchachos que le robaban las
naranjas. Como de él no se habla peor de nadie.
Pero luego está don José el cura que cuando entra en
el pueblo montado en su burra, se parece a Jesús cuando iba a la muerte.
Por la culpa de los niños no podía dormir, el autor,
pero cuando se asoma a la ventana se da cuenta de que no son los niños, sino
los pájaros. Cuando sale a la huerta da gracias a Dios por los pájaros. El
campo se abría en estallidos como si estuvieran dentro de un gran panal de
luz en el interior de una inmensa y cálida rosa encendida.
El aljibe estaba lleno de las últimas lluvias, no
tenía eco, ni se veía el fondo como cuando está bajo. Le dice el autor a
Platero que no había bajado nunca al aljibe, pero que él sí. Anteriormente
cuando el aljibe estaba seco bajó. Tenía una galería larga y un cuarto
pequeño donde hacía frío. Cuando era niño no podía dormir cuando llovía por la
intriga de ver como estaría el aljibe después de llover. Así que iba a la
mañana siguiente como loco a ver hasta donde se había llenado.
A veces iba el perro flaco y anhelante, a la casa
del huerto siempre temía los gritos y los apedreamientos. Un día llego detrás
de Diana y un guarda que lo vio se asusto por la muchacha, así que disparó al
perro matándolo. Platero lo miraba fijamente mientras el guarda se arrepentía.
Abatidos por el viento los eucaliptos parecía que lloraban y la siesta se
tendía sobre el perro muerto.
Le dijo, el autor, a Platero que mientras que él se
para, para ver el remanso se fuera al prado. El sol lo alumbraba pasando su
agua espesa. Todo parecía pequeño pero a su vez inmenso porque parecía
distante. Ese remanso era su corazón antes. Hasta que el amor humano rompió su
dique y corrió la sangre corrompida.
Los niños fueron con Platero al arroyo lo han
cargado de flores y lo han traído y sobre la empapada lana de Platero estaban
las flores amarillas. En esa tarde de lluvia el rebuzno de Platero se hacía
alegre. Empieza a comer flores y de vez en cuando mira al autor. Platero mira
el campo en esa tarde equívoca de abril donde no para de llover.
Es un canario viejo que tenía el autor, y no lo
quería dejar suelto por si se moría. Pero un día se escapo, y los niños
estuvieron toda la mañana buscándolo. A la tarde estuvo revoloteando por el
jardín y después se metió en su jaula. Y todos se pusieron muy contentos.
Vino trotando un burro viejo asustado por alguna
razón. El burro era viejo, estaba en los huesos y rebuznaba ferozmente de forma
que Platero se asustaba. Era negro y grande. De fondo se oía el ruido de los
pescadores vendiendo en el mercado. Platero seguía temblando y el autor dijo
que no parecía un burro.
Al muchacho le llamaba la atención un pájaro que revoleteaba
por el prado y vio entonces una trampa que habían puesto lo muchachos. Se
estaba dando cuenta de que los pájaros iban a caer. Así que se monto en Platero
y obligándole a subir al pinar ahuyentó a los pájaros a otro lugar de forma que
no cayeran en la trampa y Platero se lo agradeció dándole golpes en el pecho
con el hocico.
Estaban tirados en la acera en todo su largor igual
que los perros cansados. La niña pinta en la pared, el niño se orina y el
hombre y el mono se rascan. De vez en cuando el hombre se levanta y se va a la
calle o la niña canta, etc.
El claro viento del mar sube por la cuesta roja.
Platero contento, ágil y dispuesto como si no llevara a nadie encima subía.
Íbamos en cuesta arriba como si fuéramos en cuesta abajo. Platero yergue las
orejas y en la otra colina está su amada y se oyen rebuznos entre ambas
colinas. Pasa frente a ella con cara triste y Platero trata indócil y a veces
mira para atrás entristecido.
Platero había estado bebiendo en la fuente y se la
habría trabado una sanguijuela y está echando sangre por la boca. Pidió ayuda a
Repaso y entre los dos intentaron sacarle la sanguijuela atravesándole un palo
entre los guijarros pero Platero no quiere. Allá dentro se la veía, y con dos
sarmientos se la quitó. Después de quitársela a Platero la corto sobre el
arroyo para que no hiciera daño a más burros.
Le dice el autor a Platero que se aparte para que
pasen estas tres viejas. Una de ellas era ciega y las otras dos la guiaban.
Iban diciendo palabras lamentables. Eran gitanas, se notaba por la forma de
vestir, con trajes pintorescos y de luto. Iban al médico, con mucha confianza
enfrentándose al calor primaveral.
En el arroyo grande se habían encontrado una
carretilla y al lado a una niña llorando porque no podía empujarla para que
saliera del barro, y como el burro que tenía era muy joven y débil, le engancho
el autor a Platero y consiguieron sacarla. La subieron también la cuesta y la
niña se lo agradeció. Le dio dos naranjas la muchacha y el autor le dio una al
burro joven y otra a Platero.
Le dice a Platero que el alma de Moguer es como el
pan y no el vino. Al mediodía todo el pueblo huele a pan calentito y la gente
se lo como con el gazpacho, con el aceite, etc. Llegan los panaderos montados
en sus caballos a repartir el pan y los niños pobres empiezan a pedirles un
poquito de pan.
Le cuenta a Platero que está muy guapo y que relucía
mucho. Platero se acercaba al autor avergonzado pero tan limpio como la más
joven de las Gracias. Cuando se acerca al autor le acaricia y sale a correr
como su perrillo juguetón. Entonces sale otra vez a correr y hace como si
comiera y se ríe y no se le ve mucho por el sol.
Dondequiera que para o adondequiera que llega parece
como si estuviera en el Pino de la Corona. Al crecer el pino el autor también
ha crecido, y cuando le quitaron una rama es como si al autor le doliera. A
veces el Pino de la Corona llama al autor para que vaya a descansar a su paz
como el término verdadero y eterno de mi viaje por la vida.
Darbón es el médico de Platero, es muy grande gordo
y un poco viejo. A veces se traba hablando y agacha la cabeza por vergüenza y
para corregirse. No le quedan apenas ni dientes ni muelas y sólo como bolas de
migas de pan y cuando las mastica con las encías se le sube la barba a la
nariz. En la puerta del banco, cuando se pone, tapa la casa. Pero es muy
sensible. Y cuando ve una flor o un pájaro se ríe. Cuando mira para el
cementerio llora por su niña.
En el seco y polvoriento corralón había un niño en
la fuente y en los ojos parece estar escrito la palabra oasis. Ya hace calor de
siesta y le da al niño el sol en la cabeza pero no lo siente ya que se está
bañando. Habla solo se rasca entre sus harapos. El niño se recoge y cambia la
forma del agua.
Platero y el autor se llevan bien. Platero sabe lo
que le gusta al autor, como por ejemplo, cuando llegan al pino de la Corona, le
gusta acercarse a acariciar el tronco. El autor trata a Platero como a un niño.
Cuando lo ve cansado se baja para no pesarle tanto. Se parecen muchos, tanto
que el autor cree que sueñan lo mismo. Se llevan tan bien que Platero huye de
los demás.
La hija del carbonero es bonita y sucia, sus ojos
son negros. Está en la puerta de la choza, sentada, durmiendo a su hermano.
Está todo tan en calma que se oye hasta a una olla cocer en el campo. Y la
carbonera canta para dormir a su hermano. Descansa y sigue cantando. El viento
está en calma y oyendo a su hermana cantar el niño se duerme.
Le habla a Platero sobre una acacia que sembró él y
que fue creciendo hasta que le cubre con su franca. Hoy ocupa casi todo el
corral y parece que no es la misma, el autor creo que no se acordará de él. Un
árbol sembrado por él, acariciarlo o acariciar su rama graciosa no le trae ese
pensamiento de poesía y entonces le entra un escalofrío y se tiene que ir del
corral.
Estaba derecha en una triste silla, blanca la cara y
mate; el médico le había mandado salir al campo pero ella no podía. La voz se
le caía y entonces le ofreció que se subiera en Platero. La gente se asombraba
al verlos pasar y Platero iba con cuidado sabiendo que era muy frágil.
Le dijo a Platero que esperaran para ver las
carretas. Lo leve limpio y lujoso para piropear a las muchachas y se pusieron
detrás de la valla. Estaba lloviendo pero a la gente no le importaba. Pasaron
primero en burros, mulas y caballos, todos muy contentos. Luego en sus carros
blancos, todo en flor como un jardín. Se oía ya la música y entonces Platero se
arrodilló como una mujer , blando y humilde.
Legando al prado se ha echado bajo un pino y se ha
puesto a leer por una señal que había. En lo alto se oye como un pájaro se come
las semillas. Una sombra se acerca, es Platero que va a leer con el autor. El
pájaro interrumpe una palabra y piensa que Ronsard se estaría riendo en el
infierno.
XLIX.- EL TIO DE LAS VISTAS
De pronto el silencio de la calle se
rompe, por un redoble de tambor; y los niños corriendo hacia el ruido van
gritando que El Tío de las Vistas está ahí. Primero llegaron hasta él unos
niños sin dinero que con las manos en los bolsillos o en la espalda le miraban
atentamente. Después llegaron otros niños con su dinero preparado y el hombre
se alegro. Más tarde se acerco Platero con la niña de enfrente y su perro. Y el
hombre de broma le dijo a Platero que donde estaba su dinero y los niños se
rieron.
L.-LA FLOR DEL CAMINO
El autor y Platero ven una flor por
la que pasan, al lado, muchos días: toros, cabras, burros, … Los pájaros se
ponen al lado, las abejas se posan en ella. Algunos días tiene agua de una nube
de verano, … Y un día que pasó por allí había desaparecido y el autor pensaba
lo que daría el otoño por la flor.
LI.-LORD
El autor estuvo enseñándoles a los
vecinos y a Platero una fotografía y ellos no veían nada en especia. El autor
le decía a Platero que era Lord, el perrillo foxterrier del que le había
hablado, sentado en un cojín. Y le dijo que se lo tuvieron que llevar porque
otro perro le contrajo la rabia. Y al cabo de un tiempo murió y el padre del
autor se puso triste ese día en que murió.
LII.-EL POZO
El autor dice que “pozo” es una
palabra honda. Hay esmeraldas de colores y un lago quieto que al que si le
tiras una piedra se pone a gruñir. Platero rebuzna sediento y anhelante y del
pozo sale una golondrina asustada.
LIII.-ALBERCHIGOS
Un niño va vendiendo albérchigos con
su burro por la calle y el autor y Platero lo ven. Así que cogiendo el autor a
Platero fueron ellos también a vender albérchigos.
LIV.-LA COZ
El autor y Platero van al campo de
Montemayor. Por el camino ven al tonto y el autor le pide que se vaya con ellos
montado en Platero porque pe ponía loco. Entonces un potro le dio una coz y
nadie hizo caso pero el autor, vio que Platero estaba sangrando y lo curo.
Después le dijo al tonto que se lo llevara a casa y se fueron tristes. Y cuando
llegaron a casa el autor le dijo a Platero, que si se había dado cuenta ya, de
que no podía ir a ningún lado con los hombres.
LV.-ASNOGRAFÍA
Cuando el autor buscó la palabra
asnografía en el diccionario ponía:”se dice, irónicamente por descripción del asno”.
Y el autor piensa que más que un insulto para el hombre era un piropo y que era
al revés un insulto para los burros.
LVI.-CORPUS
Cuando iban entrando el autor y
Platero por la calle de la fuente, de vuelta del huerto; volvieron a oír las
campanas que ya habían oído desde el arroyo. Las campanas daban otro aire a la
calle recién encalada y ribeteada de almagra con sus chopos y juncias. Ese día
era especial y había cohetes y música, que ayudaban a las campanas a dar otro
aire. Pasa la procesión con las banderas de los patrones de los panaderos, de
los marineros, de los labradores y demás santos. Después aparecen Santa Ana,
San José y la Inmaculada. La tarde cae con el latín andaluz de los salmos.
Platero cuando todos estaban callados y había silencio rebuzna y parece parte
de la procesión.
LVII.-EL PASEO
Por los hondos caminos del estío van,
Platero y el autor. El autor canta, o lee, o dice versos al cielo; y Platero
mordisquea la hierba escasa de los vallados en sombra, mientras caminan.
Platero más que andar descansa pero él lo deja. El cielo azul cambia cuando hacia
los montes dos humaredas de un incendio hinchan dos redondas nubes negras. Pero
su paseo es bien corto. Es como un día suave e indefenso en medio de una vida
múltiple. Y ni siguiera la tragedia de las llamas les detiene. Cuando llegan a
la alberca beben nieve líquida y siguen.
LVIII.-LOS GALLOS
El autor no sabía a qué se podía
comparar ese malestar. Olía a vino nuevo, a chorizo en regüeldo, a tabaco,…
Había gente conocida como el diputado, el alcalde y ese torero gordo y lustroso
de Huelva “El Litri”. Hacía calor en aquello tan cerrado, un mundo de gallos.
Los pobres gallos ingleses se despedazaban. El autor se preguntaba por qué
estaba allí, sin encontrar respuesta. Pero por lo menos el autor se alegraba un
poco cuando veía un naranjo que había allí.
LVIX.-ANOCHECER
Cuando llega el anochecer todo
cambia. Es como si retuviese a todo el pueblo como enclavado en la cruz de un
triste y largo pensamiento. Los trabajadores canturrean por lo bajo, en un
soñoliento cansancio. Las viudas piensan en sus muertos, los niños corren,… Las
farolas de petróleo empiezan a iluminarse. Pasan varios hombres que, aunque son
distintos parecen iguales ante la luz del anochecer. Los chiquillos se alejan.
Y en las puertas sin luz se habla de unos hombres que sacan el unto a los niños
para curar a la hija del rey, que está hética.
LX.-EL SELLO
El autor le cuenta a Platero como es
un sello que ha visto. Y lo que sintió cuando se lo pusieron en la palma. Decía
que el sello era de un amigo suyo del colegio y que él deseaba uno con su nombre.
Un día llegó a la casa del autor, un hombre de Sevilla, que era viajante de
escritorio, y entre otras muchas cosas tenía sellos, muchísimos sellos de todas
las maneras. Y el autor con un duro que se encontró en la calle le encargo uno
con su nombre y pueblo. Aquella semana fue larga y cuando llegaba el cartero el
autor se acercaba a ver que traía. Y ya una noche se lo entregaron. Sello
todo lo que pudo. Siempre con miedo a estropearlo. Conque alegría llevó el
autor todas sus cosas selladas al colegio.
LXI.-LA PERRA PARIDA
El autor le explicaba a Platero cual era la perra
que había parido, describiéndola. Le dijo que había parido cuatro perritos, y
que la echera se los había llevado porque se le estaba muriendo un niño y el
médico le había dicho que le diera caldo de perritos. Le explico que la perra
había estado como loca todo ese día porque se habían llevado a sus cachorros.
Cuatro noches fue y volvió la perra de la calle de En medio a la pasada de las
Tablas llevándose con la boca cada noche uno de los cachorros. Y cuando el amo
la vio estaba con todo los perros agarrados.
LXII.-ELLA Y NOSOTROS
El autor le decía a Platero que ella
se iba en un tren negro y soleado que, por la vía alta, se marchaba hacia el
norte. Y que ellos habían estado abajo, en el trigo amarillo y ondeante, cuando
pasó. Vieron brevemente una cabeza rubia, velada de negro. Era el retrato de la
ilusión en el marco fugaz de la ventanilla. Y pensó el autor, que a lo mejor
ella se preguntó quienes eran aquel hombre enlutado y ese burrito de plata.
LXIII.-GORRIONES
La mañana de Santiago todos se habían
ido a misa solo quedaban en el corral Platero, el autor y los gorriones. El
autor le contaba a Platero la cantidad de cosas que hacían los gorriones.
Benditos pájaros in fiesta fija. Totalmente libres. Le decía que iban de un
lugar a otro sin nada. Que cuando la gente se marchaba a misa y cierra sus
puertas, los gorriones entran en los corrales de las casas cerradas.
LXIV.-FRASCO VELEZ
El autor le dijo a Platero que ese
día no podían salir porque había algunos perros con la rabia, y que el alcalde
había puesto un cartel. Ya el día de antes por la noche había oído tiros de la
Guardia Municipal. Una mujer va diciendo que eso es mentira y que es un invento
del alcalde, pero el autor por si acaso no quería salir.
LXV.-EL VERANO
Cuenta, el autor, como después de un
sueño instantáneo, el paisaje de arena se torna blanco, frío en su ardor. Están
los jarales bajos constelados de sus grandes flores vagas, rosas de humo, de
grasa. Y un pájaro nunca visto, amarillo, con lunares negros, se eterniza,
mudo, en una rama. Los guardas de los huertos, suenan el latón, para asustar a
los rabúos. Cuando llegan a la sombra del nogal grande, el autor raja dos
sandias, que abren su escarcha grana y roa en un largo crujido fresco. El autor
se come su mitad y Platero se come la suya como si estuviese bebiendo agua.
LXVI.-FUEGO EN LOS MONTES
La campana suena cuatro veces queriendo
decir que hay fuego. Dejan la cena angustiados por el fuego. Suben la
escalerilla en alborotado silencio. El fuego era grande. En el horizonte de
pinos, la llama se veía quieta en su recortada limpieza. Era como un esmalte
negro, en las noches de agosto son altas y paradas y se diría que el fuego
estaba ya en ellas. Una estrella fugaz corre medio cielo y se sume en el azul:
El autor oye un rebuzno de Platero abajo en el corral. Todos habían bajado ya
de la azotea. Y el autor siente como si hubiera pasado junto a él aquel hombre
que creía, en su niñez que quemaba los montes.
LXVII.-EL ARROYO
Le explica, el autor, a Platero que,
por el arroyo que iban, era el mismo arroyo que parte el camino de San Antonio
por el bosque de Álamos cantores; que si tiras en invierno un bar de corcho en
los álamos, iba hasta los granados por debajo del puente de las Angustias,
refugio suyo, cuando pasaban los toros. Qué bonito es imaginar de niño. Y de
repente se pregunto si Platero tenía imaginación.
LXVIII.-DOMINGO
La pregonera vocinglería de la
esquila de vuelta distante, resuena en el cielo de la mañana de fiesta como si
todo el azul fuera de cristal. Todos se han ido a ver la procesión. Se han
quedado solos Platero y el autor. ¡Qué paz! ¡Qué pureza! ¡Qué bienestar! Deja a
Platero en el prado alto y se echa bajo un pino lleno de pájaros. En el
silencio, el hervidero interno de la mañana de septiembre cobra presencia y
sonido. Es la soledad como un gran pensamiento de luz. De vez en cuando el
autor y Platero dejan de leer uno y de comer el otro y se miran.
LXIX.-EL CANTO DEL GRILLO
El autor y Platero conocen bien de
sus correrías nocturnas el canto del grillo. El primer canto de grillo, en el
crepúsculo, es vacilante, bajo y áspero. Muda de todo, aprende de sí mismo y,
poco a poco, va subiendo, poniéndose en su sitio. El canto del grillo se exalta
llena todo el campo es cual la voz de la sombra. Los habares mandan al pueblo
mensajes de fragancia tierna. Y los trigos ondean verdes de luna, suspirando al
viento de las dos, de las tres, de las cuatro,… El canto del grillo de tanto
sonar se pierde.
LXX.-LOS TOROS
Los niños fueron a pedirle al autor
que les dejase a Platero para ir a pedir la llave de los toros de esa tarde,
pero le dijo que no. Todo el pueblo estaba como loco por la corrida de esa
tarde. La banda tocaba. Preparan el coche amarillo al que llaman el canario. El
que tanto gusta a los niños. Pero Platero y el autor se van por la puerta falsa
al campo que ahora está muy bonito porque no hay nadie en él, en estos días de
fiesta.
LXXI.-TORMENTA
Hay miedo en el pueblo. Un silencio
que solo se rompe por los truenos. El coche de las seis se ve por la esquina
diluviando. El cochero va cantando para espantar el miedo. No se puede escapar
de la tormenta. Y el autor se pregunta qué será de Platero solo en su establo.
LXXII.-VENDIMIA
Ese año vinieron muy pocos burros a la
uva. Que fue de aquellos años en que había que esperar hasta que desocupaban
los lagares. En aquel tiempo sí que eran alegres las bodegas, con los
bodegueros sirviendo el mosto o sangre de toro espumeante. Veinte lagares se
ocupaban día y noche. Este año en cambio están todas las ventanas tabicadas y
sólo está el corral y dos o tres lagareros. Después el autor coge a Platero y
va a la viña vecina a por uvas, para que los demás burros no le cojan manía a
Platero por vago. Y lo lleva lentamente a través de la vendimia.
LXIII.-NOCTURNO
El pueblo en fiesta iluminado por la
noche. El campo, solo con sus árboles y las sombras de ellos. El canto roto de
un grillo, un rebuzno de Platero, un rebuzno de otro asno hacia Montemayor,
otro más allá, luego por Vallejuelo ladra un perro. Las flores del jardín del
autor se ven como si fuera de día por la claridad que hay. Un hombre solitario
camina por el pueblo. Y el autor escucha su humilde corazón sin par.
LXIV.-SARITO
Para la vendimia el autor se
encontraba en la viña del arroyo y las mujeres le dijeron que un negrito le
buscaba. Era Sarito el criado de Rosalina, su novia portorriqueña. Se había
escapado de Sevilla para torear por los pueblos con su capote al hombro y sin
dinero. Los hombres lo miraban con un mal disimulado deprecio y las mujeres,
por miedo a los hombres también. Pero el autor le miraba sonriente y Sarito
acariciaba a Platero alegre.
LXXV.-ULTIMA SIESTA
Qué triste belleza, la luz del sol
cuando uno se levanta bajo la higuera. Una brisa le acaricia el despertar.
Platero que le había robado una sandia le miraba de pie inmóvil. Mientras, al
autor se le volvían a cansar los párpados y se dormía.
LXXVI.-LOS FUEGOS
Para septiembre, en las noches de
velada, se ponían en el cabezo que había detrás de la casa del huerto; para
ver, el pueblo en fiesta. El viejo guarda de viñas, borracho en el suelo de la
era. Los fuegos, al principio silenciosos, fueron seguidos por unos cohetes
que, cada vez que estallaba uno Platero se estremecía. Y para rematarlo tiran
un cohete que hace que las mujeres se estremezcan y que Platero huya como alma
que lleva el diablo.
LXXVII.-EL VERGEL
Como el autor fue a la capital quiso
que Platero viese El Vergel. Mientras caminan, pasa el cochecillo, chillón y
tintineador, con sus banderitas moradas y su toldillo verde; pasa, también, la
niña de los globos. Y cuando por fin llegan a El Vergel y se disponen a entrar,
el guarda le explica que Platero no podía entrar por ser burro. Y el autor
enfadado, sin entrar él tampoco, se marcha con Platero.
LXXIII.-LALUNA
Platero se había bebido dos cubos de
agua y volvía a la cuadra mientras el autor le esperaba en la puerta. Y estando
la luna sobre una colina, sola y sin estrellas. Platero se detiene y se queda
mirándola fijamente.
LXXIX.-ALEGRÍA
Describe los juegos de Platero con
Diana, una perra ágil y elegante que salta a su alrededor, y a la que Platero
simula embestir. La cabra también anda a su alrededor empujándole y
estorbándole. Con los niños Platero se deja hacer, haciéndose el tonto, simulando
asustarlos a veces. Por la tarde, en el silencio del crepúsculo se oyen los
rebuznos, ladridos, las campanillas y el griterío de los niños.
LXXX.-PASAN LOS PATOS
Cuando Platero va a beber, en el
silencio de la noche, se escucha el pasar de los patos y como todos, de vez en
cuando, levanta la cabeza a las estrellas para ver su procesión interminable.
LXXXI.-LA NIÑA CHICA
Platero también tiene sus
preferencias: la niña chica. Se descomponía en mil carantoñas cuando la veía
acercarse. Ella lo adoraba y cuando se fue su vocecilla se apago nombrándolo.
La tristeza, como una nube, cayó sobre todos aquella tarde.
LXXXII.-EL PASTOR
En la hora en que las sombras lo
parecen todo, el pastorcillo vuelve con el rebaño y se queda mirando a Platero
como cada tarde susurrando… ¡Si juera mío… ¡ Me da pena, con su aspecto, tan …
sin nada y me dan ganas de regalarle a Platero. Pero… ¿Qué sería yo sin ti?
LXXXIII.-EL CANARIO SE MUERE
El canario, que haciendo un esfuerzo
la primavera pasada canto, se ha muerto. Los niños lloran, preguntándose por
qué si no le faltaba de nada. Ha muerto simplemente de viejo. -¿Habrá, Platero,
un Cielo de los pájaros? En la primavera lo veremos salir del corazón de una
flor e inundarlo todo con su canto.
LXXXIV.-LA COLINA
– También tengo mi sitio preferido –
confiesa a Platero Juan Ramón. El sitio donde leo, desde donde veo ponerse el
sol, donde me recreo pensando en los niños, donde juego con la niña chica, … la
“Colina”. La “Colina” roja que se levanta sobre la viña vieja del Cubano.
LXXXV.-EL OTOÑO
El sol se está volviendo perezoso y
el viento del Norte está empezando a despertarse. El arado está rompiendo la
tierra para sembrar el fruto que nos dará mañana.
LXXXVI.-EL PERRO ATADO
Compara al otoño con un perro atado,
cada vez más solo, más mustio y más cansado de ladrar. Cada vez se ven menos
animales para compartir la soledad.
LXXXVII.-LA TORTUGA GRIEGA
Cuando se encontraron la tortuga la
cogieron un poco asustados gritando: -¡Una tortuga, una tortuga… Don Joaquín
les dijo que era una tortuga griega, porque era igual que la de un libro. De
niños le hicieron mil perrerías. Aparece y desaparece sin saber cuándo ni de
dónde. Pero siempre se la ve igual, impasible, con su eternidad a cuestas.
LXXXVIII.-TARDE DE OCTUBRE
Soledad. Eso nos queda con la vuelta
de los niños al colegio. Platero, tan aburrido como yo, solo le queda buscarme
y se entra en la casa conmigo.
LXXXIX.-ANTONIA
Antonilla, con su traje dominguero,
quería pasar el arroyo que se sentía mocito. Yo le ofrecí a Platero y aunque,
al principio le subió el rubor, no lo pensó. Dando un salto se encaramó en
Platero que troto alegre sintiendo a la mozuela. Me dio regaño y un poco
iracundo le grite: ¡Platero!
XC.-EL RACIMO OLVIDADO
El otoño también tiene sus encantos.
Después de llover, cuando sale el sol es agradable ir al campo y ver su nuevo
verde. Un día de estos los niños se encontraron un racimo y todos lo
querían.Tuve que poner paz y repartir las cinco enormes uvas: Cuatro, para las
cuatro niñas y la quinta… por unanimidad alborotada para Platero.
XCI.-ALMIRANTE
Cuando entro en el corral la primera
vez fue una gran ilusión. De él aprendí la nobleza. Cuando lo vendieron me
costó una enfermedad que sólo curó el tiempo. Me hubiera gustado que lo
conocieras. Hubierais sido buenos amigos.
XCII.-VIÑETA
El otoño nos está quedando cada vez
más solos, Platero. Tendremos que buscar otros amigos: Un nuevo libro.
XCIII.-LA ESCAMA
Cuando miro Moguer desde la calle de
la Aceña me parece otro pueblo. Porque cada barrio, cada calle,… Tiene su forma
de ser, sus hombres y sus mujeres son distintos, hablan de otras cosas,… Y
hasta sus Vírgenes son distintas. A mí la que más me gusta es la del Carmen, la
de los marineros, la que según Montemayor se ve en las escamas cuando reflejan
al sol su arco iris.
XCIV.-PINITO
En estos días de otoño parece que la
memoria se agranda y se recuerdan cosas sin saber por qué. Te voy a contar
quien era Pinito. Todos decían: …más tonto que Pinito. ¿Sería de verdad así? Me
arrepiento de no haber hablado más con él. Murió el pobre como había vivido:
como una sombra.
XCV.-EL RIO
Qué pena que un río, en otro tiempo
surcado por los barcos este muerto. Rojo de muerte, por las minas que lo han
envenenado. Un río sin vida, muerto.
XCVI.-LA GRANADA
Aguedilla me ha mandado la mejor
granada del arroyo de las Monjas. Que áspera y dura su piel y que rojo
brillante sus granos. ¡Con qué placer nos la comemos Platero y yo!. Me recuerda
otras granadas, todas riquísimas. Es la granada la fruta orgullo de Moguer por
eso está en su escudo.
XCVII.-EL CEMENTERIO VIEJO
Yo quería Platero que conocieras
esto. Hay distintos patios donde hay mucha gente.Pero quería que vieras que
desde este silencio se escucha todo: Los niños del enterrador, los cascabeles
de los caballos, los gorriones,… Pero sobre todo que vieras esto: Aquí está mi
padre.
XCVIII.-LIPIANI
Los jueves salen de paseo los niños
de la escuela y Lipiani, el maestro, disfruta como nadie. Hace que cada niño,
le den un mordisco de cada merienda y así es el que mejor escapa.
XCIX.-EL CASTILLO
Todos los pueblos tienen su
“Castillo” Platero. Moguer también. Su cielo limpio, como una espada de oro
limpio. Sus parejas, con sus nombres y sus historias que los personalizan su
mar, su campo, tu y yo.
C.-LA PLAZA VIEJA DE TOROS.
La plaza vieja de toros se quemó. Lo
recuerdo, o creo recordarlo, como si de un cromo se tratara. A veces creo
recordar como si yo hubiera estado dentro. ¿Cuánto tiempo estuve? ¿Qué pasó?
¿Cuándo fue? No lo sé, y cuando lo pregunto todos me contestan con evasivos.
CI.-EL FEO
Cuando el “eco” te contesta parece
que no estás solo.
Cuando muchachos nos decíamos que el
que contestaba era “el bandido”
Llevo a Platero a aquel paraje y
grito ¡Platero!
“El bandido” aquella roca vieja que
está enfrente nos responde ¡Platero!
Platero levanta la cabeza asombrado y
mira a la roca y a la roca y después a mí todo sorprendido. Entonces rebuzna y
la roca le contesta. Vuelve a sorprenderse y lo vuelve a hacer. A Platero le ha
gustado “el eco”
CII.-SUSTO
Todos estaban en el comedor, unos
hablando y otros discutiendo. De pronto Blanca huyó, asustada, y todos tras
ella sin saber de qué huían. La cabezota de Platero agrandada por la sombra era
la causante.
CIII.- LA FUENTE VIEJA
La fuente vieja encierra un misterio
como si fuera el sentimiento de la vida verdadera. En sus aguas he visto
reflejado todo lo que mi imaginación ha visto. Para mí lo representa todo: El
nacimiento, una canción, una poesía, la realidad, la alegría y a veces hasta la
muerte.
CIV.-CAMINO
Habían caído muchas hojas el día de
antes por la noche.
Un chopo se parecía a Lucía, la
titiritera del circo.
Los pájaros nos verían como nosotros
a ellos en primavera. Y al domingo siguiente cuando volviesen ya no quedaría
ninguna hoja en el suelo.
CV.-PIÑONES
Se acercaba por el sol la niña de los
piñones. La niña de la arena pregona larga y sentidamente. Entonces el autor se
acuerda de cuando él era muchacho e iba al naranjal de Mariano a por piñones
con los amigos. Iban con un pañuelo y con su navaja de cabo de nácar labrada en
forma de pez, con la que los partían. Que gusto dan los piñones.
CVI.-EL TORO HUIDO
Estando el autor y Platero en el
naranjal se oye un rumor. Es Manuel un toro. Platero y el autor se esconden por
miedo. Y allí apareció, colorado, grande, robusto; olfateando, mugiendo
destrozando todo lo que encontraba; levantando tal polvareda que hasta el sol
se ve de otro color. Bebe un poco y se va soberbio cuesta arriba.
CVII.-IDILIO DE NOVIEMBRE
Cuando va llegando Platero cargado de
ramas. Casi desaparece bajo la amplia verdura rendida. Su paso es menudo.
Parece que no anda. Las ramas verdes que tuvieron chamarices, el viento, la
luna, los cuervos, … parecen caerse. Y la imagen de un burro cargado empieza a
parecer divina.
CVIII.-LA YEGUA BLANCA
Ese día el autor estaba triste porque
volviendo hacia su casa, había visto, muerta, a la yegua blanca del sordo. Esa
mañana la había llevado al moridero harto de darle de comer ya que era muy
torpe y ciega. Así que cuando la ha visto de vuelta en su corral, se ha liado a
darle palos. Pero como no se iba, llamó a la gente de por allí para echarla, y
no contentos con que se marchara, la persiguieron hasta que no pudo más. Y allí
la remataron.
CIX.-CENCERRADA
La cencerrada de Doña Camila y
Satanás iba a ser sonada. Hicieron unos espantapájaros representándolos, con
toda alegría y pretendían que durara tres noches, aunque los chiquillos la
prolongarían. Al final, Platero, sólo quedará lo importante: la luna y el
romance.
CX.-LOS GITANOS
Cuando los gitanos llegan todas las
habladurías se desatan. Ya están acampando como siempre, en los hastiales del
cementerio y todos están pendientes de los animales. Yo también le digo a
Platero, un poco en broma: ¡Que vienen y te llevan!
CXI.-LA LLAMA
El fuego es como una cabellera
suelta, con sus brazos, con sus piernas. El fuego es algo inmenso, de un rojo
interminable, que nos calienta y nos da fuerza. Que danzas de sombras, hasta
uno mismo baila sin quererlo gracias al fuego.
CXII.-CONVALECENCIA
Desde su cuarto de convalecencia se
oyen pasar a burros y a niños jugando y cantando coplas de Navidad. Todo el
pueblo se siente envuelto en la fiesta de Navidad y Platero desde su cuadra,
sin poder remediarlo, rebuzna al son de las campanas. Mientras el autor desde
su convalecencia se siente disgustado por no poder salir.
CXIII.-EL BURRO VIEJO
No sabe qué hacer si irse o no. Ya
que había allí un burro viejo. Parecía estar sordo y ciego, y que por la
angustia se había quedado allí estampado; y se iba a morir de frío. Así que
como le daba pena no sabía si irse o quedarse.
CXIV.-EL ALBA
Cuando llega la mañana Platero se
despierta cansado de dormir y lanza un rebuzno que despierta al autor. A veces
piensa, el autor, que hubiera sido de Platero si hubiera caído en malas manos;
entonces vuelve a oír un rebuzno, y se pregunta si sabe que piensa en él, pero
le da igual. Ya que piensa en él como en la ternura del alba.
CXV.-FLORECILLAS
Me contó mi madre que cuando murió
Mamá Teresa lo hizo entre un delirio de flores. Yo la recuerdo, viéndola a
través de la vidriera siempre entre las flores del jardín. Dice mi madre que
seguramente, un jardinero de estrellas se la llevó al cielo.
CXVI.-NAVIDAD
Tarde de Nochebuena. La candela en el
campo. Suena el ruido de las ramas al arder. Las jaras vecinas al fuego, se
derritan. Y los niños del casero que no tienen nacimiento se acercan a la
candela a calentarse las manos. Y yo les acerco a Platero para que jueguen con
él.
CXVII.-LA CALLE DE LA RIBERA
En una casa, ahora el cuartel de la
guardia civil nací, Platero. En aquella esquina todavía recuerdo, que se ponían
los marineros. Allí fue donde pase mi infancia. Hasta que mi padre se mudó a la
calle nueva. Se mudo por varias razones: que los marineros siempre llevaban
navajas, hacía mucho viento,…
CXVIII.-EL INVIERNO
Estaba lloviendo. Qué bello era ver
caer la lluvia. Como corría el agua por los canalones de los tejados. Mira qué
bello es el arco iris. Que no se sabe exactamente de donde sale. Y mucho menos
a donde va.
CXIX.-LECHE DE BURRA
Como todos los años el ciego ha atado
a su burra, a los hierros de mis ventanas, y me ha despertado. Las lecheras
vienen deprisa a por su leche con el cántaro en el vientre. Y el ciego no se
daba cuente de lo mal que estaba su burra. Otro día, estábamos caminando
Platero y yo, cuando vimos al ciego golpeando a su burra. Y nosotros la
compadecíamos.
CXX.-NOCHE PURA
Que noche Platero. Todos creen tener
frío. Pero nosotros no. Hace una noche limpia y clara.
Con miles de estrellas que la
adornan.
CXXI.-LA CORONA DE PEREJIL
Iban a hacer una carrera las niñas
para ver quien se quedaba con el libro de estampas de la víspera de Viena del
autor. Entonces Platero contagiado por la carrera se unió a ella y la ganó.
Pero las crías decían que eso no valía. Así que Juan Ramón guardó el libro para
otra carrera de las niñas y le hizo a Platero una corona de perejil.
CXXII.-LOS REYES MAGOS
Esa noche era imposible acostar a los
niños. Pero al fin lo conseguimos. Nos íbamos a disfrazar, para darles una
grata sorpresa. Éramos: Montemayor, Tita, María Teresa, Lolilla, Perico,
Platero y yo; que nos íbamos a ir de reyes magos. Verás cuando nos vean.
Soñaran sobre ello toda la noche. Y ya mañana se levantaran y se verán dueños
de un tesoro.
CXXIII.-MONS-URIUM
El Monturrio, las pequeñas colinas
rojas denominadas casi por los romanos se ennoblecieron para mí el día en que
siendo muy niño aun supe este nombre: Mons-Urium, ese castillo construido por
los romanos y que para mí supuso el encuentro de un tesoro inextinguible.
Puedes vivir y morir contento, Platero en Moguer, monte de escoria de oro.
CXXIV.-VINO
El alma de Moguer es su vino. Llegado
septiembre todo el pueblo huele a vino y suena a Cristal. Es como si del sol se
donara en líquida hermosura. Moguer es fuente de vino.
CXXV.-LA FÁBULA
Desde niño, Platero, tuve un horror
instintivo hacia las fábulas. Los pobres animales, a fuerza de hablar tonterías
por boca de los fabulistas, me parecían odiosos. Fueron los versos de un
fabulista, Juan de La Fontaine quienes me reconciliaron con los animales
parlantes. Pero siempre dejaba sin leer la moraleja. Platero, tú eres un burro
como yo lo sé y lo entiendo. Tienes tu idioma y yo el mío, por eso no temas que
yo vaya nunca a hacerte un héroe charlatán de una fabulilla.
CXXVI.-CARNAVAL
¡Que guapo estás hoy Platero! Es
lunes de Carnaval, y los niños, que se han disfrazado, le han puesto el aparejo
moruno. Al llegar a la plaza más mujeres vestidas de locas han cogido a Platero
en medio de un corro y han girado alegremente alrededor de él. Platero no sabe
cómo salir de allí ¡pues como es pequeño las locas no le temen! Por fin,
Platero, decidido igual que un hombre, rompe el corro y se viene, a un nosotros
no servíamos para estas cosas…
CXXVII.-LEON
Voy yo con Platero por la plaza de
las Monjas una calurosa tarde de febrero, cuando de pronto, me encontré con
León, vestido y perfumado para la música del anochecer. Da una palmadita y me
dice que a cada año le concede Dios lo suyo; que si yo escribía en los diarios
él, con ese odio que tiene, es capaz de tocar el instrumento más difícil y sin
papel: los platillos. Da otra palmadita, un salto y se va silbando. Pero vuelve
de pronto y me da una tarjeta.
CXXVIII.-EL MOLINO DE VIENTO
¡Qué grande me parecía entonces,
Platero, esta charca, y que alto este circo de arena roja! Antes de volverme a
ver en él mismo, Platero, creí ver este paraje, encanto de mi niñez en un
cuadro de un cuadro de Courbet y en otro de Böcklin. Sólo queda una memoria que
no resiste la insistencia, como un papel de seda al lado de una llama
brillante, en el sol mágico de mi infancia.
CXXIX.-LA TORRE
No, no puedes subir a la torre. Eres
demasiado grande. ¡Cómo me gustaría que subieras! Se ven las azoteas del
pueblo, el patio del Castillo, el Diezmo y el mar. Más arriba, desde las
campanas de ven cuatro pueblos, el tren que va a Sevilla, el de Rio Tinto y la
Virgen de la Peña. Y cuando salieras por la puerta del templete sería el
asombro de los niños que gritarían de júbilo. ¡A cuántos triunfos tienes que
renunciar, pobre Platero! ¡Tu vida es tan sencilla como el camino corto del
cementerio viejo!
CXXX.-LOS BURROS DEL ARENERO
Mira, Platero los burros del Arenado;
lentos, con su picuda y roja carga de mojada arena, en la que llevan elevada,
como en el corazón, la vara de acebuche verde con que les pegan.
CXXXI.-MADRIGAL
Mírala, Platero. En realidad son dos
mariposas: una blanca, ella; otra negra, su sombra. Platero; ¡mira que bien
vuela! ¡Qué regocijo debe ser para ella volar así! Será, como es para mí, poeta
verdadero, el deleito del verso. Hay, Platero, bellezas culminantes que en vano
pretenden otras ocultar. Cállate, Platero. Mírala ¡Qué delicia verla volar así,
pura y sin ripio!
CXXXII.-LA MUERTE
Encontré a Platero echado en su cama
de paja. Fui a él, lo acaricié hablándole y quise que se levantara. El pobre no
podía. Mandé venir a su médico. Tras haber analizado a Platero, le dije que si
era grave. Y no sé exactamente lo que contesto: Que si un dolor… una raíz mala…
Que el infeliz se iba a… El caso es que a mediodía el pobre de Platero murió
CXXXIII.-NOSTALGIA
Platero, tu nos ves ¿verdad? ¿Verdad
qué ves como se ríe en paz, clara y fría el agua del huerto, verdad que ves
pasar a los borricos de las lavanderas…? Si tú, me ves. Y yo creo oír, sí, sí,
yo oigo tu rebuzno lastimero endulzando todo el valle de las viñas.
CXXXIV.-EL BORRIQUETE
Puse en el borriquete de madera la
silla, el bocado, y el ronzal del pobre Platero y lo llevé todo al granero
grande, al rincón donde están las cunas olvidadas de los niños. El granero es
muy ancho silencioso y soleado, y desde el se ve todo el campo moguereño, el
molino de viento, Montemayor … En vacaciones los niños juegan en el granero, y
a veces se suben en el borriquete sin alma, y con un jaleo inquieto y raudo de
pies y manos trotan por todo el parado de sus sueños. ¡Arre, Platero! ¡Arre!
CXXXV.-MELANCOLÍA
Esta tarde he ido con los niños a
visitar la sepultura de Platero. Que está en el huerto de la Piña, al pie del
pino redondo y paternal. En torno allí, grande lirios amarillos adornaban la
tierra húmeda. Los niños conforme llegaban dejaban de gritar. Quietos y serios,
sus ojos brillantes en los míos me llenaban de preguntas ansiosas. Y yo le
preguntaba a la tierra: ¡Platero amigo! ¿Te acuerdas aun de mí?
CXXXVI.-A PLATERO EN EL CIELO DE
MOGUER
Este libro, que escribí con el alma,
que fue lo que tantas veces llevaste va a tu alma que ya está en el Paraíso del
Cielo de Moguer. Sé que me verás y verás las flores que están sobre tu tumba. A
ti este libro que habla de ti, a ti Platero.
CXXXVII.-PLATERO DE CARTÓN
Cuando salió el libro de Platero, una
amiga, tuya y mía, me regalo un Platero de cartón. No se parece en nada a ti,
Platero. Pero el corazón, y el sentimiento, que parece necesitar algo material,
me están haciendo de alguna manera, quererlo.
CXXXVIII.-A PLATERO EN EL CIELO DE
MOGUER
El tiempo acaba su obra Platero. Sólo
nos queda una de nuestras riquezas, si la tuvimos: la de nuestro corazón. Tengo
que confesarte también mis maldades, mis cinismos … ¡Qué bien te puedo
decir a ti estas cosas que otros no entenderían!. A ti Platero, que vivirás
siempre, poco te importa irte. Pero ¿Y yo, Platero?
MOGUER,
1916.
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