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LAS FASES DEL DUELO: CÓMO SUPERAMOS LA PÉRDIDA
Posted on helena
on mayo 3, 2015
LAS TAREAS DEL
DUELO:
CÓMO SUPERAMOS
LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO
Cuando perdemos
a un ser querido, lo natural es sumergirse en un estado de tristeza conocido
como duelo. Todos hemos pasado o pasaremos alguna vez por un
proceso de duelo, pues, al fin y al cabo, todos estamos vinculados a alguien. Y
es que la necesidad de vinculación es algo inherente al ser humano desde que
nace; de hecho, el bebé no puede construir su identidad ni desarrollar su forma
de entender el mundo sin la relación de apego con otra persona significativa. Y
desde ese momento, el resto de relaciones significativas que vayamos teniendo
(unas más y otras menos) irán dejando su huella dentro de nosotros.
Es por esa razón
que cuando perdemos a un ser querido, no solo perdemos a esa persona, sino que
perdemos una parte de nosotros mismos; perdemos esa parte de nuestro mundo
interno que nació de esa relación. Por tanto, el duelo no es
únicamente el proceso de superación del dolor; el duelo implica una
reelaboración de nuestro mundo interno e incluso de nuestra propia identidad
personal, así como la reconstrucción de una vida en la que esa persona ya no
existe.
Desde luego, la
muerte de alguien a quien queremos puede ser una de las pruebas más
difíciles que la vida nos ponga. La tristeza cobra aquí su máximo significado,
pues nos sumerge en un refugio para la reflexión que nos permitirá realizar los
ajustes necesarios para el profundo cambio que ha llegado a nuestras vidas
(Goleman, 1996).
Vamos a
describir a continuación las tareas o fases del proceso de duelo. Pero el
duelo no es una simple sucesión de fases. Las personas no están un día en una
fase y al siguiente en otra, sino que se puede pasar por varias tareas a la vez
o ir saltando de una tarea a otra. No obstante, lo más habitual es que las
tareas del duelo se den en el siguiente orden (Payás, 2012):
1. Aturdimiento
y choque:
Cuando recibimos
la noticia del fallecimiento, podemos entrar en un estado de shock. Por caótico
que resulte, durante los primeros momentos es normal alternar momentos de
aturdimiento (“no podía llorar” “cogí el teléfono y empecé a avisar a todos”
“me sentía como desconectado”) y momentos de confrontación directa con el sufrimiento
(llanto, gritos, golpes). Los momentos de aturdimiento suponen una especie
de anestesia que nos protege. Los momentos de choque directo nos
permiten reconectar con la gravedad de la situación y hacernos conscientes.
La principal
tarea de esa fase es encontrar un equilibrio entre los
estados emocionales intensos y los de aturdimiento.
Esta
sintomatología es normal en un principio, pero si se fija puede derivar en un
duelo similar al Trastorno de Estrés Postraumático. Las personas con un
estilo de apego desorganizado, las que carecen de apoyo social y las que son
presionadas para superar la pérdida, son las que más riesgo tienen de sufrir
esta complicación. El otro factor de riesgo es que la muerte sea muy violenta o
inesperada.
2. Evitación
y negación:
Al cabo de unos
días o semanas, cuando ha pasado el funeral y familiares y amigos vuelven a sus
vidas, toca aterrizar en la realidad de lo sucedido y enfrentar el día a día
sin esa persona. Mediante la evitación del recuerdo o la negación de la
realidad graduamos el impacto emocional que supone esta etapa. “Intento
imaginar que está de viaje”, “pienso que puede entrar por la puerta en
cualquier momento”, “he dejado sus cosas tal y como las dejó”; las personas
pueden intentar sustituir a la persona perdida para llenar su vacío interno,
buscar culpables o manifestar enfado e ira; pueden mantener un nivel de
actividad frenético, evitar la soledad, consumir drogas o involucrarse en
conductas de riesgo; son formas de canalizar la ansiedad y el dolor.
La tarea de esta
etapa será ir reduciendo progresivamente estas estrategias para conectar con el
dolor de una forma gradual.
Si la persona
mantiene estas estrategias puede desarrollar un duelo evitativo, en el que
no se termina nunca de aceptar la pérdida. Los factores de riesgo
aquí son tener un estilo de apego inseguro-evitativo, o egos inmaduros como los
de niños o adolescentes. De nuevo, cuanto más traumática es la muerte, menos
apoyo social o más presión por recuperarse, más riesgo.
3. Conexión
e integración:
A medida que
pasa el tiempo, vamos conectando poco a poco con la tristeza.
Necesitamos hablar del fallecido, de cómo era y de cómo fue nuestra relación. Es
la etapa de los recuerdos, del perdón, de la gratitud, de cerrar los asuntos
pendientes, de aceptar un futuro que nunca llegará. Es la etapa de reparar
esa parte de nosotros mismos que se fue con esa persona y de reconstruir
nuestro mundo interno. Es la etapa de la tristeza más intensa, del dolor
más duro.
Pero si
permanecemos demasiado tiempo sumidos en nuestra tristeza y en nosotros mismos
o si tenemos dificultad para dejar ir, se puede desarrollar un duelo crónico.
Se ha visto que las personas con patrones de apego inseguro dependiente son más
vulnerables a quedar fijados en esta etapa, sobretodo cuando existía una
relación de dependencia. Los factores de riesgo circunstanciales son igual que
en los anteriores. Otro factor de riesgo es haber tenido una relación
conflictiva con el fallecido.
4. Crecimiento
y transformación:
“En vez de brazos
que suspiran por acunarte de nuevo, me has dado brazos para acercarme a otros
padres que han perdido a su hijo. En vez de oídos que añoran escuchar una vez
más – te quiero papi-, me has dado oídos para escuchar a otros que tienen el
corazón roto. Por eso, hoy, ángel mío, te doy las gracias”
(Fragmento de “Las tareas del duelo, de Alba Payás”)
A pesar de lo
devastador que es perder a un hijo, este padre pudo encontrar la forma de
transformar ese dolor para darle un sentido. Es muy difícil volver a ser
quien se era antes de perder a alguien tan querido, pues esa persona habrá
dejado una huella imborrable en nuestros corazones.
La resiliencia o
capacidad para superar los traumas y dificultades de la vida, permitirá que
aprendamos a vivir sin esa persona, que transformemos el sufrimiento y
encontremos la manera de canalizarlo para hacer que nuestra vida cobre un nuevo
sentido.
Si bien hay un
momento para volverse hacia dentro y reconstruirnos a nosotros mismos, al final
debemos salir al exterior. Como en tantos momentos de nuestra vida, la conexión
con otro ser humano va a ser un elemento mediador. Tras perder un vínculo
importante, reconstruir vínculos sanos con personas que nos quieres va a ser un
factor de protección importantísimo.
Bibliografía:
Payás Puignarau, Alba. Las tareas del duelo (2012). Ed: Paidos.
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