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lunes, 4 de abril de 2016

CÓMO SUPERAMOS LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO

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LAS FASES DEL DUELO: CÓMO SUPERAMOS LA PÉRDIDA
* Posted on helena
* on mayo 3, 2015
LAS TAREAS DEL DUELO:

CÓMO SUPERAMOS LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO
  
Cuando perdemos a un ser querido, lo natural es sumergirse en un estado de tristeza conocido como duelo. Todos hemos pasado o pasaremos alguna vez por un proceso de duelo, pues, al fin y al cabo, todos estamos vinculados a alguien. Y es que la necesidad de vinculación es algo inherente al ser humano desde que nace; de hecho, el bebé no puede construir su identidad ni desarrollar su forma de entender el mundo sin la relación de apego con otra persona significativa. Y desde ese momento, el resto de relaciones significativas que vayamos teniendo (unas más y otras menos) irán dejando su huella dentro de nosotros.

Es por esa razón que cuando perdemos a un ser querido, no solo perdemos a esa persona, sino que perdemos una parte de nosotros mismos; perdemos esa parte de nuestro mundo interno que nació de esa relación. Por tanto, el duelo no es únicamente el proceso de superación del dolor; el duelo implica una reelaboración de nuestro mundo interno e incluso de nuestra propia identidad personal, así como la reconstrucción de una vida en la que esa persona ya no existe.

Desde luego, la muerte de alguien a quien queremos puede ser una de las pruebas más difíciles que la vida nos ponga. La tristeza cobra aquí su máximo significado, pues nos sumerge en un refugio para la reflexión que nos permitirá realizar los ajustes necesarios para el profundo cambio que ha llegado a nuestras vidas (Goleman, 1996).

Vamos a describir a continuación las tareas o fases del proceso de duelo. Pero  el duelo no es una simple sucesión de fases. Las personas no están un día en una fase y al siguiente en otra, sino que se puede pasar por varias tareas a la vez o ir saltando de una tarea a otra. No obstante, lo más habitual es que las tareas del duelo se den en el siguiente orden (Payás, 2012):


 1. Aturdimiento y choque:
Cuando recibimos la noticia del fallecimiento, podemos entrar en un estado de shock. Por caótico que resulte, durante los primeros momentos es normal alternar momentos de aturdimiento (“no podía llorar” “cogí el teléfono y empecé a avisar a todos” “me sentía como desconectado”) y momentos de confrontación directa con el sufrimiento (llanto, gritos, golpes). Los momentos de aturdimiento suponen una especie de anestesia que nos protege. Los momentos de choque directo nos permiten reconectar con la gravedad de la situación y hacernos conscientes.
La principal tarea de esa fase es encontrar un equilibrio entre los estados emocionales intensos y los de aturdimiento.
Esta sintomatología es normal en un principio, pero si se fija puede derivar en un duelo similar al Trastorno de Estrés Postraumático. Las personas con un estilo de apego desorganizado, las que carecen de apoyo social y las que son presionadas para superar la pérdida, son las que más riesgo tienen de sufrir esta complicación. El otro factor de riesgo es que la muerte sea muy violenta o inesperada.


2. Evitación y negación:
Al cabo de unos días o semanas, cuando ha pasado el funeral y familiares y amigos vuelven a sus vidas, toca aterrizar en la realidad de lo sucedido y enfrentar el día a día sin esa persona. Mediante la evitación del recuerdo o la negación de la realidad graduamos el impacto emocional que supone esta etapa. “Intento imaginar que está de viaje”, “pienso que puede entrar por la puerta en cualquier momento”, “he dejado sus cosas tal y como las dejó”; las personas pueden intentar sustituir a la persona perdida para llenar su vacío interno, buscar culpables o manifestar enfado e ira; pueden mantener un nivel de actividad frenético, evitar la soledad, consumir drogas o involucrarse en conductas de riesgo; son formas de canalizar la ansiedad y el dolor.
La tarea de esta etapa será ir reduciendo progresivamente estas estrategias para conectar con el dolor de una forma gradual.
Si la persona mantiene estas estrategias puede desarrollar un duelo evitativo, en el que no se termina nunca de aceptar la pérdida.  Los factores de riesgo aquí son tener un estilo de apego inseguro-evitativo, o egos inmaduros como los de niños o adolescentes. De nuevo, cuanto más traumática es la muerte, menos apoyo social o más presión por recuperarse, más riesgo.


3. Conexión e integración:
A medida que pasa el tiempo, vamos conectando poco a poco con la tristeza. Necesitamos hablar del fallecido, de cómo era y de cómo fue nuestra relación. Es la etapa de los recuerdos, del perdón, de la gratitud, de cerrar los asuntos pendientes, de aceptar un futuro que nunca llegará. Es la etapa de reparar esa parte de nosotros mismos que se fue con esa persona y de reconstruir nuestro mundo interno. Es la etapa de la tristeza más intensa, del dolor más duro.
Pero si permanecemos demasiado tiempo sumidos en nuestra tristeza y en nosotros mismos o si tenemos dificultad para dejar ir, se puede desarrollar un duelo crónico. Se ha visto que las personas con patrones de apego inseguro dependiente son más vulnerables a quedar fijados en esta etapa, sobretodo cuando existía una relación de dependencia. Los factores de riesgo circunstanciales son igual que en los anteriores. Otro factor de riesgo es haber tenido una relación conflictiva con el fallecido.


4. Crecimiento y transformación:
“En vez de brazos que suspiran por acunarte de nuevo, me has dado brazos para acercarme a otros padres que han perdido a su hijo. En vez de oídos que añoran escuchar una vez más – te quiero papi-, me has dado oídos para escuchar a otros que tienen el corazón roto. Por eso, hoy, ángel mío, te doy las gracias” (Fragmento de “Las tareas del duelo, de Alba Payás”)

A pesar de lo devastador que es perder a un hijo, este padre pudo encontrar la forma de transformar ese dolor para darle un sentido. Es muy difícil volver a ser quien se era antes de perder a alguien tan querido, pues esa persona habrá dejado una huella imborrable en nuestros corazones.
La resiliencia o capacidad para superar los traumas y dificultades de la vida, permitirá que aprendamos a vivir sin esa persona, que transformemos el sufrimiento y encontremos la manera de canalizarlo para hacer que nuestra vida cobre un nuevo sentido.

Si bien hay un momento para volverse hacia dentro y reconstruirnos a nosotros mismos, al final debemos salir al exterior. Como en tantos momentos de nuestra vida, la conexión con otro ser humano va a ser un elemento mediador. Tras perder un vínculo importante, reconstruir vínculos sanos con personas que nos quieres va a ser un factor de protección importantísimo.

Bibliografía: Payás Puignarau, Alba. Las tareas del duelo (2012). Ed: Paidos.



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