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Tauro
Cuentos de Julio Cortázar
Índice
1. Comercio
2. La conservación de los recuerdos
3. Continuidad de los parques
4. Historia verídica
5. Instrucciones para dar cuerda al reloj
6. De la simetría interplanetaria
7. El almuerzo
8. El canto de los cronopios
9. Historia
10. La foto salió movida
11. Lucas, sus pudores
12. No se culpe a nadie
13. Inconvenientes en los servicios públicos
14. Instrucciones para subir una escalera
15. Viajes
16. La cucharada estrecha
17. Los exploradores
18. Progreso y retroceso
19. Su fe en las ciencias
20. Terapias
Julio Cortázar
(Bruselas,
1914 - París, 1984) Escritor argentino, una de la grandes figuras del «boom» de
la literatura hispanoamericana del siglo XX. Emparentado con Borges como
inteligentísimo cultivador del cuento fantástico, los relatos breves de
Cortázar se apartaron sin embargo de la alegoría metafísica para indagar en las
facetas inquietantes y enigmáticas de lo cotidiano, en una búsqueda de la
autenticidad y del sentido profundo de lo real que halló siempre lejos del
encorsetamiento de las creencias, patrones y rutinas establecidas. Su afán
renovador se manifiesta sobre todo en el estilo y en la subversión de los
géneros que se verifica en muchos de sus libros, de entre los cuales la
novela Rayuela (1963), con sus dos posibles órdenes de
lectura, sobresale como su obra maestra.
LA CONSERVACION DE LOS RECUERDOS
Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la
siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven
de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala,
con un cartelito que dice: "Excursión a Quilmes", o: "Frank
Sinatra".
Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los
recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio
y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: "No vayas a
lastimarte", y también:
"Cuidado con los escalones." Es por eso que las casas de los
famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay una gran bulla y
puertas que golpean.
Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la
cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.
CONTINUIDAD DE LOS PARQUES
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por
negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba
interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de
escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió
al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles.
Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como
una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una
y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria
retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca
lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a
línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el
terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que
más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a
palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las
imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último
encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el
amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente
restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido
para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas
secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la
libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes,
y se sentía que
todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el
cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban
abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado:
coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo
minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que
una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se
separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte.
Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto.
Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma
malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían
ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los
tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las
palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera
alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La
puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto
respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una
novela.
HISTORIA VERIDICA
A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido
terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de
anteojos cuestan muy caro, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que
lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa
de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble
protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al
agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor
le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y
que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.
INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño
infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj,
que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo
con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a
la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo
saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no
es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado
colgándose de tu muñeca.
Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación
de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la
hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio
telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo
y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las
otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan
un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
DE LA SIMETRIA INTERPLANETARIA
This is very disgusting. Donald Duck
Apenas desembarcado en el planeta Faros, me llevaron los farenses a
conocer el ambiente físico, fitogeográfico, zoogeográfico, político-económico y
nocturno de su ciudad capital que ellos llaman 956.
Los farenses son lo que aquí denominaríamos insectos; tienen altísimas
patas de araña (suponiendo una araba verde, con pelos rígidos y excrecencias
brillantes de donde nace un sonido continuado, semejante al de una flauta y que, musicalmente
conducido, constituye su lenguaje); de sus ojos, manera de vestirse, sistemas
políticos y procederes eróticos hablaré alguna otra vez. Creo que me querían
mucho; les expliqué, mediante gestos universales, mi deseo de aprender su historia y costumbres;
fui
acogido con innegable simpatía.
Estuve tres semanas en 956; me bastó para descubrir que los farenses
eran cultos, amaban las puestas de sol y los problemas de ingenio. Me faltaba
conocer su religión, para lo cual solicité datos con los pocos vocablos que poseía
-pronunciándolos a través de un silbato de hueso que fabriqué diestramente-. Me explicaron que
profesaban el monoteísmo, que el sacerdocio no estaba aún del todo desprestigiado y
que la ley moral les mandaba ser pasablemente buenos. El problema actual parecía
consistir en Illi. Descubrí que Illi era un farense con pretensiones de acendrar la
fe en los sistemas vasculares ("corazones" no sería morfológicamente exacto) y
que estaba en camino de conseguirlo.
Me llevaron a un banquete que los distinguidos de 956 le ofrecieron a
Illi. Encontré al heresiarca en lo alto de la pirámide (mesa, en Faros) comiendo y
predicando. Lo escuchaban con atención, parecían adorarlo, mientras Illi hablaba y
hablaba.
Yo no conseguía entender sino pocas palabras. A través de ellas me
formé una alta idea de Illi. Repentinamente creí estar viviendo un anacronismo, haber
retrocedido a las épocas terrestres en que se gestaban las religiones definitivas. Me
acordé del Rabbi Jesús. También el Rabbi Jesús hablaba, comía y hablaba, mientras los
demás lo escuchaban con atención y parecían adorarlo.
Pensé: Y si éste fuera también Jesús? No es novedad la hipótesis de
que bien podría el Hijo de Dios pasearse por los planetas convirtiendo a los
universales. Por qué iba a dedicarse con exclusividad a la tierra? Ya no estamos en la era
geocéntrica; concedámosle el derecho a cumplir su dura misión en todas partes.
Illi seguía adoctrinando a los comensales. Más y más me pareció que
aquel farense podía ser Jesús. "Qué tremenda tarea", pensé. "Y
monótona, además. Lo que falta
saber es si los seres reaccionan igualmente en todos lados. Lo
crucificarían en Marte, en Júpiter, en Plutón..?"
Hombre de la Tierra, sentí nacerme una vergüenza retrospectiva. El
Calvario era un estigma coterráneo, pero también una definición. Probablemente
habíamos sido los únicos capaces de una villanía semejante ¡Clavar en un madero al hijo
de Dios..!
Los farenses, para mi completa confusión, aumentaban las muestras de
su cariño; prosternados (no intentaré describir el aspecto que tenían) adoraban
al maestro. De pronto, me pareció que Illi levantaba todas las patas a la vez (y las
patas de un farense son diecisiete). Se crispó en el aire y cayó de golpe sobre la punta de la
pirámide (la mesa). Instantáneamente quedó negro y callado; pregunté, y me dijeron
que estaba muerto. Parece que le habían puesto veneno en la comida.
EL ALMUERZO
No sin trabajo un cronopio llegó a establecer un termómetro de vidas.
Algo entre termómetro y topómetro, entre fichero y curriculum vitae.
Por ejemplo, el cronopio en su casa recibía a un fama, una esperanza y
un profesor de lenguas. Aplicando sus descubrimientos estableció que el fama era
infra-vida, la esperanza para-vida, y el profesor de lenguas inter-vida. En cuanto al
cronopio mismo, se consideraba ligeramente super-vida, pero m s por poesía que por
verdad.
A la hora del almuerzo este cronopio gozaba en oír hablar a sus
contertulios, porque todos creían estar refiriéndose a las mismas cosas y no era así. La
inter-vida manejaba abstracciones tales como espíritu y conciencia que la para-vida
escuchaba como quien oye llover, tarea delicada. Por supuesto la infra-vida pedía a cada
instante el queso rallado, y la super-vida trinchaba el pollo en cuarenta y dos
movimientos, método Stanley-Fitzsmmons. A los postres las vidas se saludaban y se iban a
sus ocupaciones, y en la mesa quedaban solamente pedacitos sueltos de la muerte.
EL CANTO DE LOS CRONOPIOS
Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman
de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se
caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los
días.
Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a
escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo
escandalizados. En medio del coro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el
sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que
la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas
que est n ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias.
Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban
aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone
también a aplaudir, pobrecito.
HISTORIA
Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la
mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la
calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.
LA FOTO SALIO MOVIDA
Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el
bolsillo para sacar la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se
aflige mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos,
sería horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los fósforos
están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena de fósforos, y
la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la guía del teléfono llena de
música, y el ropero lleno de abonados, y la cama llena de trajes, y los floreros llenos de
sábanas, y los tranvías llenos de rosas, y los campos llenos de tranvías. Así es que
este cronopio se aflige horriblemente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo
esta algo ladeado lo que ve es el paragüero del zaguán, y sus presunciones se confirman
y estalla en sollozos, cae de rodillas y junta sus manecitas no sabe para que. Los
famas vecinos
acuden a consolarlo, y también las esperanzas, pero pasan horas antes
de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de té, que mira y
examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una taza de té sea
un hormiguero o un libro de Samuel Smiles.
LUCAS, SUS PUDORES
En los departamentos de ahora ya se sabe, el invitado va al baño y los
otros siguen hablando de Biafra y de Michel Foucault, pero hay algo en el aire como
si todo el mundo quisiera olvidarse de que tiene oídos y al mismo tiempo las
orejas se orientan hacia el lugar sagrado que naturalmente en nuestra sociedad encogida
est apenas a tres metro del lugar donde se desarrollan estas conversaciones de alto
nivel, y es seguro que a pesar de los esfuerzos que ha el invitado ausente para no
manifestar sus actividades, y los de los contertulios para activar el volumen del
diálogo, en algún momento reverberar uno de esos sordos ruidos que oír se dejan en las
circunstancias menos indicadas, o en el mejor de los casos el rasguido patético de un
papel higiénico de calidad ordinaria cuando se arranca una hoja del rollo rosa o
verde.
Si el invitado que va al baño es Lucas, su horror sólo puede
compararse a la intensidad del cólico que lo ha obligado a encerrarse en el ominoso reducto. En
ese horror no hay neurosis ni complejos, sino la certidumbre de un comportamiento
intestinal recurrente, es decir que todo empezar lo mas bien, suave silencioso, pero ya al
final, guardando la misma relación de la pólvora con los perdigones en un cartucho de
caza, una detonación más bien horrenda hará temblar los cepillos de dientes en
sus soportes y agitarse la cortina de plástico de la ducha.
Nada puede hacer Lucas para evitarlo; ha probado todos los métodos,
tales como inclinarse hasta tocar el suelo con la cabeza, echarse hacia atrás al
punto de que los pies rozan la pared de enfrente, ponerse de costado e incluso, recurso
supremo, agarrarse las nalgas y separarlas lo más posible para aumentar el
diámetro del conducto proceloso. Vana es la multiplicación de silenciadores tales
como echarse sobre los muslos todas las toallas al alcance y hasta las salidas de
baño de los dueños de casa; prácticamente siempre, al término de lo que hubiera podido
ser una agradable transferencia, el pedo final prorrumpe tumultuoso.
Cuando le toca a otro ir al baño, Lucas sufre por él pues está seguro
que de un segundo a otro resonar el primer halalí de la ignominia; lo asombra un
poco que la gente no parezca preocuparse demasiado por cosas así, aunque es
evidente que no están desatentas de lo que ocurre e incluso lo cubren con choques de
cucharitas en las tazas y corrimientos de sillones totalmente inmotivados. Cuando no
sucede nada, Lucas se siente feliz y pide de inmediato otro coñac, al punto que termina
por traicionarse y todo el mundo se da cuenta de que había estado tenso y
angustiado mientras la señora de Broggi cumplimentaba sus urgencias. Cuán
distinto, piensa Lucas, de la simplicidad de los niños que se acercan a la mejor
reunión y anuncian: Mamá, quiero caca. Qué bienaventurado, piensa a continuación Lucas, el
poeta anónimo que compuso aquella cuarteta donde se proclama que No hay
placer más exquisito que cagar bien despacito ni placer más delicado que después
de haber cagado.
Para remontarse a tales alturas ese señor debía estar exento de todo
peligro de ventosidad intempestiva o tempestuosa, a menos que el baño de su casa
estuviera en el piso de arriba o fuera esa piecita de chapas de zinc separada del
rancho por una buena distancia. Ya instalado en el terreno poético, Lucas se acuerda del verso del
Dante en el que los condenados avevan dal cul fatto trombetta, y con esta remisión mental
a la más alta cultura se considera un tanto disculpado de meditaciones que poco
tienen que ver con lo que está diciendo el doctor Berenstein a propósito de la ley de
alquileres.
NO SE CULPE A NADIE
El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del
mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una
tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace
fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje
gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas
silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el
armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la
camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo,
poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de
lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido
para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del
pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del
pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y
se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta
más sencillo.
Parecería que no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado
otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga
dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para
distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no
conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar
la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete el brazo
libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el
cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir
silbando, empieza a sentir como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería
estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por
la mitad de las mangas. por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar
que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la
tarea, y que ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano
en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente pero aunque
tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos, aunque en
cambio, parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana
azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más
de lo que hubieran podido imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la
lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará la
cara de azul.
Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire al frío
de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la
manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver por
eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la cara sofocándolo
cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar
seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso respirando a fondo y
dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide
respirar perfectamente, salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas
de lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver,
ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del
aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si
abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el
azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las
mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el
pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en la
puerta de la tienda.
Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su mano
derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire frío de la
habitación es como un anuncio de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por
la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico
que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo
es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el
pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que
encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón,
y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre
el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los
hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado
anchos para ese pulóver lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y
ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la distancia que
va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a
otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del
lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano
derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga
hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente
se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta
ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas
veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una
prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar
porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias
coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha
podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas
y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo
y viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas, y en
algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él
comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad
húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia
arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas.
Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga
izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano
izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi
imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda
fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a
escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le duele la
mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe
ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver,
prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata
izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y
hacia atrás, girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque
ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir
girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin
ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez más como si
tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo
poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde
del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele
demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por
las piernas en vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo y
pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en
la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la
mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y
en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido
fuera, esa materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y
espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de
fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco
agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro,
entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el
aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y
echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que
le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba
el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se
endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver,
donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie
doce pisos.
INCONVENIENTES EN LOS SERVICIOS PUBLICOS
Vea lo que pasa cuando se confía en los cronopios. Apenas lo habían
nombrado Director General de Radiodifusión, este cronopio llamó a unos
traductores de la calle San Martín y les hizo traducir todos los textos, avisos y canciones al
rumano, lengua no muy popular en la Argentina.
A las ocho de la mañana los famas empezaron a encender sus receptores,
deseosos de escuchar los boletines así como los anuncios del Geniol y del
Aceite Cocinero que es de todos el primero.
Y los escucharon, pero en rumano, de modo que solamente entendían la
marca del producto. Profundamente asombrados, los famas sacudían los receptores
pero todo seguía en rumano, hasta el tango Esta noche me emborracho, y el Teléfono de la Dirección
General de Radiodifusión estaba atendido por una señorita que contestaba en rumano a las
clamorosas reclamaciones, con lo cual se fomentaba una confusión padre.
Enterado de esto el Superior Gobierno mandó fusilar al cronopio que
así mancillaba las tradiciones de la patria. Por desgracia el pelotón estaba formado por
cronopios conscriptos, que en vez de tirar sobre el ex Director General lo
hicieron sobre la muchedumbre congregada en la Plaza de Mayo, con tan buena puntería que
bajaron a seis oficiales de marina y a un farmacéutico. Acudió un pelotón de
famas, el cronopio fue debidamente fusilado, y en su reemplazo se designó a un
distinguido autor de canciones folklóricas y de un ensayo sobre la materia gris. Este fama
restableció el idioma nacional en la radiotelefonía, pero pasó que los famas habían
perdido la confianza y casi no encendían los receptores.
Muchos famas, pesimistas por naturaleza, habían comprado diccionarios
y manuales de rumano, así como vidas del rey Carol y de la señora Lupescu. El
rumano se puso de moda a pesar de la cólera del Superior Gobierno, y a la tumba del
cronopio iban furtivamente delegaciones que dejaban caer sus lágrimas y sus tarjetas
donde proliferaban nombres conocidos en Bucarest, ciudad de filatelistas y
atentados.
INSTRUCCIONES PARA SUBIR UNA ESCALERA
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega
de manera talque una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego
la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular,
conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente
variables.
Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes
verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión
momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por
dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior,
principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá
formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a
un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado
resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse
de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que
los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y
respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa
parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y
que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer
peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la
izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes
citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en
el segundo peldaño, con lo cual en ‚este descansará el pie, y en el primero descansará el
pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación
necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la
explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente
los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de
ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se
moverá hasta el momento del descenso
VIAJES
Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una
ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios,
la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la
comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el
inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las
listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor
de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café‚ a beber un
aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de
"Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los
trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les
cobran precios altísimos.
Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas
les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa
ciudad, la hermosísima ciudad".
Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que
ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan
los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los
hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.
LA CUCHARADA ESTRECHA
Un fama descubrió que la virtud era un microbio redondo y lleno de
patas.
Instantáneamente dio a beber una gran cucharada de virtud a su suegra.
El resultado fue horrible: esta señora renunció a sus comentarios mordaces, fundó
un club para la protección de alpinistas extraviados, y en menos de dos meses se
condujo de manera tan ejemplar que los defectos de su hija, hasta entonces inadvertidos,
pasaron a primer plano con gran sobresalto y estupefacción del fama. No le quedó más
remedio que dar una cucharada de virtud a su mujer, la cual lo abandonó esa misma
noche por encontrarlo grosero, insignificante, y en un todo diferente de los
arquetipos morales que flotaban rutilando ante sus ojos.
El fama lo pensó largamente, y al final se tomó un frasco de virtud.
Pero lo mismo sigue viviendo solo y triste. Cuando se cruza en la calle con su suegra o su
mujer, ambos se saludan respetuosamente y desde lejos. No se atreven ni siquiera a
hablarse, tanta es su respectiva perfección y el miedo que tienen de contaminarse.
LOS EXPLORADORES
Tres cronopios y un fama se asocian espeleológicamente para descubrir
las fuentes subterráneas de un manantial. Llegados a la boca de la caverna un
cronopio desciende sostenido por los otros, llevando a la espalda un paquete con sus
sándwiches preferidos (de queso). Los dos cronopios-cabrestante lo dejan bajar
poco a poco, y el fama escribe en un gran cuaderno los detalles de la expedición. Pronto
llega un primer mensaje del cronopio: furioso porque se han equivocado y le han puesto
sándwiches de jamón. Agita la cuerda y exige que lo suban. Los
cronopios-cabrestante se consultan afligidos, y el fama se yergue en toda su terrible estatura
dice: NO, con tal
violencia que los cronopios sueltan la soga y acuden a calmarlo. Están
en eso cuando llega otro mensaje, porque el cronopio ha caído justamente sobre las
fuentes del manantial, y desde ahí comunica que todo va mal, entre injurias y
lágrimas informa que
los sandwiches son todos de jamón, que por más que mira y mira, entre
los sándwiches de jamón no hay ni uno solo de queso.
PROGRESO Y RETROCESO
Inventaron un cristal que dejaba pasar las moscas. La mosca venía,
empujaba un poco con la cabeza y pop ya estaba del otro lado. Alegría enormísima de la
mosca.
Todo lo arruinó un sabio húngaro al descubrir que la mosca podía
entrar pero no salir, o viceversa, a causa de no se sabe qué macana en la flexibilidad de las
fibras de este cristal que era muy fibroso. En seguida inventaron el cazamoscas con
un terrón de azúcar adentro, y muchas moscas morían desesperadas. Así acabó toda
posible confraternidad con estos animales dignos de mejor suerte.
SU FE EN LAS CIENCIAS
Una esperanza creía en los tipos fisonómicos, tales como los ñatos,
los de cara de pescado, los de gran toma de aire, los cetrinos y los cejudos, los de
cara intelectual, los de estilo peluquero, etc. Dispuesto a clasificar definitivamente estos
grupos empezó, por hacer grandes listas de conocidos y los dividió en los grupos
citados más arriba.
Tomó entonces el primer grupo, formado por ocho ñatos, y vio con
sorpresa que en realidad estos muchachos se subdividían en tres grupos, a saber: los
ñatos bigotudos, los ñatos tipo boxeador y los ñatos estilo ordenanza de ministerio,
compuestos respectivamente por 3, 3 y 2 ñatos. Apenas los separó en sus nuevos
grupos (en el
Paulista de San Martín, donde los había reunido con gran trabajo y no
poco mazagrán bien frappé) se dio cuenta de que el primer subgrupo no era parejo,
porque dos de los ñatos bigotudos pertenecían al tipo carpincho, mientras el restante
era con toda seguridad un ñato de corte japonés. Haciéndolo a un lado con ayuda de
un buen sandwich de anchoa y huevo duro organizó al subgrupo de los dos
carpinchos, y se disponía a inscribirlo en su libreta de trabajos científicos cuando
uno de los carpinchos miró para un lado y el otro carpincho miró hacia el lado opuesto, a
consecuencia de lo cual la esperanza y los demás concurrentes pudieron percatarse de que
mientras el primero de los carpinchos era evidentemente un ñato braquicéfalo, el
otro ñato producía un cráneo mucho más apropiado para colgar un sombrero que
para encasquetárselo. Así fue cómo se le disolvió el subgrupo, y del resto
no hablemos porque los demás sujetos habían pasado del mazagrán a la caña quemada,
y en lo único que se parecían a esa altura de las cosas era en su firme
voluntad de seguir bebiendo a expensas de la esperanza.
TERAPIAS
Un cronopio se recibe de médico y abre un consultorio en la calle
Santiago del Estero.
En seguida viene un enfermo y le cuenta cómo hay cosas que le duelen y
cómo de noche no duerme y de día no come.
- Compre un gran ramo de rosas - dice el cronopio.
El enfermo se retira sorprendido, pero compra el ramo y se cura
instantáneamente.
Lleno de gratitud acude al cronopio, y además de pagarle le obsequia,
fino testimonio, un hermoso ramo de rosas. Apenas se ha ido el cronopio cae enfermo, le
duele por todos lados, de noche no duerme y de día no come.
FIN
Libros Tauro
- WWW.LibrosTauro.com.ar
- http://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/cortazar.htm
- http://felixmendoza60-laesquinadesaber.blogspot.mx/2015/04/cien-cuentos-de-julio-cortazar-y-jorge.html
- https://www.google.com.mx/#q=youtube+julio+cortazar
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