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¿De qué sirve el profesor?,
Umberto Eco
on 5 enero, 2015 at 23:42
Compartimos una nota
que Umberto Eco escribió para el diario La Nación, en el 2007.
¿En el alud de
artículos sobre el matonismo en la escuela he leído un episodio que, dentro de
la esfera de la violencia, no definiría precisamente al máximo de la
impertinencia… pero que se trata, sin embargo, de una impertinencia
significativa. Relataba que un estudiante, para provocar a un profesor, le
había dicho: “Disculpe, pero en la época de Internet, usted, ¿para qué sirve?”
El estudiante decía
una verdad a medias, que, entre otros, los mismos profesores dicen desde hace
por lo menos veinte años, y es que antes la escuela debía transmitir por cierto
formación pero sobre todo nociones, desde las tablas en la primaria, cuál era
la capital de Madagascar en la escuela media hasta los hechos de la guerra de
los treinta años en la secundaria. Con la aparición, no digo de Internet, sino
de la televisión e incluso de la radio, y hasta con la del cine, gran parte de
estas nociones empezaron a ser absorbidas por los niños en la esfera de la vida
extraescolar.
De pequeño, mi padre
no sabía que Hiroshima quedaba en Japón, que existía Guadalcanal, tenía una
idea imprecisa de Dresde y sólo sabía de la India lo que había leído en
Salgari. Yo, que soy de la época de la guerra, aprendí esas cosas de la radio y
las noticias cotidianas, mientras que mis hijos han visto en la televisión los
fiordos noruegos, el desierto de Gobi, cómo las abejas polinizan las flores,
cómo era un Tyrannosaurus rex y finalmente un niño de hoy lo sabe todo sobre el
ozono, sobre los koalas, sobre Irak y sobre Afganistán. Tal vez, un niño de hoy
no sepa qué son exactamente las células madre, pero las ha escuchado nombrar,
mientras que en mi época de eso no hablaba siquiera la profesora de ciencias
naturales. Entonces, ¿de qué sirven hoy los profesores?
He dicho que el
estudiante dijo una verdad a medias, porque ante todo un docente, además de
informar, debe formar. Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que
se transmitan datos y datos, sino que se establezca un diálogo constante, una
confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela
y lo que viene de afuera. Es cierto que lo que ocurre en Irak lo dice la
televisión, pero por qué algo ocurre siempre ahí, desde la época de la
civilización mesopotámica, y no en Groenlandia, es algo que sólo lo puede decir
la escuela.
Y si alguien objetase
que a veces también hay personas autorizadas en Porta a Porta (programa
televisivo italiano de análisis de temas de actualidad), es la escuela quien
debe discutir Porta a Porta. Los medios de difusión masivos informan sobre
muchas cosas y también transmiten valores, pero la escuela debe saber discutir
la manera en la que los transmiten, y evaluar el tono y la fuerza de
argumentación de lo que aparecen en diarios, revistas y televisión. Y además,
hace falta verificar la información que transmiten los medios: por ejemplo,
¿quién sino un docente puede corregir la pronunciación errónea del inglés que
cada uno cree haber aprendido de la televisión?
Pero el estudiante no
le estaba diciendo al profesor que ya no lo necesitaba porque ahora existían la
radio y la televisión para decirle dónde está Tombuctú o lo que se discute
sobre la fusión fría, es decir, no le estaba diciendo que su rol era
cuestionado por discursos aislados, que circulan de manera casual y desordenado
cada día en diversos medios −que sepamos mucho sobre Irak y poco sobre Siria
depende de la buena o mala voluntad de Bush−. El estudiante estaba diciéndole
que hoy existe Internet, la Gran Madre de todas las enciclopedias, donde se
puede encontrar Siria, la fusión fría, la guerra de los treinta años y la
discusión infinita sobre el más alto de los números impares. Le estaba diciendo
que la información que Internet pone a su disposición es inmensamente más
amplia e incluso más profunda que aquella de la que dispone el profesor. Y
omitía un punto importante: que Internet le dice “casi todo”, salvo cómo
buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar toda esa información.
Almacenar nueva
información, cuando se tiene buena memoria, es algo de lo que todo el mundo es
capaz. Pero decidir qué es lo que vale la pena recordar y qué no es un arte
sutil. Esa es la diferencia entre los que han cursado estudios regularmente
(aunque sea mal) y los autodidactas (aunque sean geniales).
El problema dramático
es que por cierto a veces ni siquiera el profesor sabe enseñar el arte de la
selección, al menos no en cada capítulo del saber. Pero por lo menos sabe que
debería saberlo, y si no sabe dar instrucciones precisas sobre cómo
seleccionar, por lo menos puede ofrecerse como ejemplo, mostrando a alguien que
se esfuerza por comparar y juzgar cada vez todo aquello que Internet pone a su
disposición. Y también puede poner cotidianamente en escena el intento de
reorganizar sistemáticamente lo que Internet le transmite en orden alfabético,
diciendo que existen Tamerlán y monocotiledóneas pero no la relación
sistemática entre estas dos nociones.
El sentido de esa relación sólo puede ofrecerlo la
escuela, y si no sabe cómo tendrá que equiparse para hacerlo. Si no es así, las
tres I de Internet, inglés e Instrucción seguirán siendo solamente la primera
parte de un rebuzno de asno que no asciende al cielo.
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