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El maestro ignorante: el que quiere puede
“Hace falta una educación que enseñe sin querer enseñar”, afirmaba recientemente en una entrevista el escritor italiano Claudio Magris. “La educación sería más fácil si no creyera estar llena de respuestas… La educación no debe consistir tanto en llenarnos de certezas como en orientar y alimentar nuestras búsquedas. Nada debería ser definitivo, todo debería estar en discusión”, sostiene, por su parte, el colombiano William Ospina en su colección de ensayos “La lámpara mágica”.
Los dos nos recuerdan inmediatamente al pedagogo francés Jacques Jacotot y su método de la Enseñanza Universal. La frase de Magris nos trae a la memoria el “se puede enseñar lo que no se sabe”, recordándonos la experiencia de este maestro francés exiliado que enseñó a sus alumnos sin explicarles nada y que les mostró su capacidad de aprender por sí mismos. Y lo hizo, tan solo, invitándoles a usar su inteligencia, “alimentando sus búsquedas”, como señala Ospina. Sin necesidad de explicaciones, ni de respuestas, ni de certezas.
Podríamos reescribir a Magris y a Ospina diciendo que un maestro no tiene que ser necesariamente alguien que sabe, sino alguien que quiere que sus alumnos aprendan e insistir, como dejó escrito Cesare Pavese en el Oficio de vivir, en que las lecciones no se dan, se toman.
“En 1818, la casualidad hizo que un maestro francés exiliado descubriera que se podía enseñar lo que no sabía”, nos dice Jacques Rancière en el Maestro ignorante (1985). Jacotot bautizó su método como la Enseñanza Universal. “Creo que Dios ha creado el alma humana capaz de instruirse sola y sin maestro. Hace falta aprender algo y relacionar todo el resto con eso, según este principio: Todos los hombres tienen una inteligencia igual. Aquel que no se cree capaz de enseñar lo que no sabe a su hijo aún no me ha comprendido.” (La enseñanza Universal. La Lengua materna)
Lo que sucedió fue fruto del azar. Lo que ocurrió fue la consecuencia de una situación concreta, de un contexto que hizo imposible que Jacotot pudiera aplicar la pedagogía tradicional, el método que normalmente utilizaba con sus alumnos.
Jacotot era un maestro progresista, un hijo de la Ilustración y la Revolución. Estaba lejos de ser el típico “maestro obtuso que llena la cabeza de sus alumnos de conocimientos indigestos, ni el ser maléfico que utiliza la doble verdad para garantizar su poder y el orden social” (Rancière. p. 9). Hasta ese momento, “había creído lo que creían todos los profesores concienzudos: que gran tarea del maestro es transmitir sus conocimientos a sus discípulos para elevarlos gradualmente hacia su propia ciencia. Sabía como ellos que no se trataba de atiborrar a los alumnos de conocimientos, ni de hacérselos repetir como loros, pero sabía también que es necesario evitar esos caminos del azar donde se pierden los espíritus todavía incapaces de distinguir lo esencial de lo accesorio y el principio de la consecuencia.” (Rancière. p. 6). Sabía que lo “esencial del maestro era explicar, poner en evidencia los elementos simples de los conocimientos y hacer concordar su simplicidad de principio con la simplicidad de hecho que caracteriza a los espíritus jóvenes e ignorantes. Enseñar era, al mismo tiempo, transmitir conocimientos y formar los espíritus, conduciéndolos, según un orden progresivo, de lo más simple a lo más complejo.” (Rancière. p 7)
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