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martes, 25 de marzo de 2014

Comprendiendo la dislexia. Un llamamiento a abrir los ojos

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Comprendiendo la dislexia.
Un llamamiento a abrir los ojos.

Dr. Roberto Rosler



Las escuelas no logran identificar y tratar a muchos niños con dislexia y otras discapacidades del aprendizaje. Existe una puja entre los padres, docentes y los profesionales relacionados con la dislexia, con los niños atrapados en medio.

No existen armas, tanques o explosiones en este conflicto. Las armas en esta batalla son leyes complicadas, requerimientos para hacer evaluaciones para identificar la discapacidad del aprendizaje, la merma en autoestima de los alumnos, el menoscabo de las preocupaciones de los padres y maestr@s, un entrenamiento inadecuado de l@s maestr@s, echarle la culpa de los escasos rendimientos académicos a los problemas conductuales y la construcción de barreras sin sentido a las reformas educativas.

Los niños no son las únicas víctimas. Los adultos también sufren de las discapacidades del aprendizaje que no fueron reconocidas cuando estuvieron en la escuela y nunca fueron tratados.

La depresión, ansiedad y sentimientos profundos de incompetencia a menudo impiden a los adultos con discapacidades del aprendizaje desarrollar relaciones profundas, encontrar un trabajo que les guste y vivir una vida feliz y productiva.

Esta nota es una travesía a través del mundo de las discapacidades del aprendizaje desde una variedad de perspectivas. Problemas para escribir las palabras, una lectura lenta, fallas en la memoria, una escritura ilegible y la incapacidad de calcular son problemas que acosan a los niños con esta problemática.

La dislexia, que es una discapacidad de la lectura, es a menudo confundida con mero hecho de invertir las letras o no poder ver las palabras en forma adecuada. En realidad, es un problema del lenguaje. Los inconvenientes con las matemáticas a menudo son omitidos, pero una discapacidad en esta materia, denominada discalculia, es tan común como la dislexia.

La evaluación de las discapacidades del aprendizaje es a menudo excesivamente compleja, pero simplemente identificarlas no es suficiente: debemos darles asistencia. Muchos niños que necesitan ayuda no la están recibiendo, aunque existen muchos maestr@s dedicad@s y solidari@s que le ponen el pecho a la situación. No obstante, se necesita de una mayor cantidad voluntarios. Para esto, sería importante el hecho de mejorar la capacitación de los maestros.

Un reconocimiento e intervención precoz y sistemática para los niños que están luchando también es fundamental, de manera tal que las dificultades del aprendizaje no sean agravadas por la frustración del niño, la pérdida de la autoestima, el mal comportamiento y ser víctima del bullying.

Muchos niños con discapacidades del aprendizaje también tienen algunos talentos especiales. Reconocerlos y estimularlos es muy favorable a la hora de derrotar los obstáculos de las discapacidades del aprendizaje.

Agatha Christie, Winston Churchill, Pablo Picasso, William Butler Yeats, Susan Hampshire y Greg Louganis: todos sufrieron de discapacidades del aprendizaje. Sin embargo, fueron personas muy exitosas. Podemos aprender de sus historias para apoyar a los niños con discapacidades del aprendizaje focalizándonos más en sus fortalezas antes que en sus debilidades.

Tipos de discapacidades del aprendizaje

El gigante con dislexia

Imagínense un hombre de cuatro metros de altura. Cuando atraviesa la calle las personas siguen sus movimientos mirándolo fijamente. Este hombre es Rubeus Hagrid, un amigable y compasivo gigante que es un importante personaje en los libros de Harry Potter escritos por J.K. Rowling.

Éste es un “héroe” solidario y los lectores se sienten atraídos por él porque es compasivo y amable. Los alumnos van en su búsqueda por té y simpatía, aunque tratan de evitar sus galletitas de piedra. Sin embargo, tiene un problema: es disléxico. La forma de escribir del enorme hombre es terrible. En el comienzo de la película Harry Potter y la piedra filosofal, el pequeño mago recibe una torta de cumpleaños de Hagrid en la cual está escrito: “Feli cumpleano Harry.”

Las dificultades para escribir lo persiguen. Cuando Harry le pregunta a Hagrid el nombre del hechicero que mató a sus padres, éste se ve forzado a revelar sus problemas para redactar. No puede decir en voz alta su nombre porque todos temen que si lo dicen, el malvado hechicero volverá junto a todas sus terribles malicias.Por ésta razón, el mago le sugiere a Rubeus que le escriba su nombre, pero el gigante se niega porque no puede hacerlo. Temiendo las consecuencias, pero incapaz de llevarlo al papel, deja escapar el nombre prohibido: Voldemort.

Como muchas personas con dislexia, Hagrid tiene una terrible escritura. Junto con los problemas para escribir y deletrear, a veces este personaje pierde las palabras y no es un orador fluido. Muchos niños con esta problemática tienen dificultades con el lenguaje y para encontrar las palabras.

Hagrid es entusiasta y atento, pero su hablar es lento, le faltan habilidades verbales y tiene problemas con la memoria de corto plazo, todo lo cual es erróneamente interpretado como estupidez. No obstante, él da una clase llamada “El cuidado de las criaturas mágicas”.

Cuando una inspectora, la profesora Umbridge, va a su clase para evaluar su enseñanza, ella utiliza señas para acompañar sus palabras como si Hagrid no comprendiera su idioma. Burlándose, la mujer gesticula caminando entre los alumnos y dice que va a hacer unas preguntas. Señala su propia boca para indicar que va a hablar en una manera de indicar cuán estúpido es el profesor. Ella insinúa que Hagrid no habla en forma clara y estimula a los alumnos a que digan que no lo entienden.

Los abusadores son una plaga para las personas con dislexia: ellos se aprovechan de sus debilidades y los atormentan. Reportes de las vidas de las personas con dislexia están repletos de referencias al bullying y a las burlas que recibieron y a qué inadecuados los hicieron sentir estos insultos.

Hagrid sufre un destino similar y es el blanco de las burlas. El abusador, Draco Malfoy, que es el archi-enemigo de Harry, se burla del profesor y lo llama estúpido. Como todos los niños “malos”, Malfoy estimula a sus amigos, Crabbe y Goyle, para que se le unan y así reírse en grupo; ellos se deleitan al observar la “estupidez” del gigante.


¿Es Hagrid un disléxico?

La evidencia parece sugerir que lo es, pero solamente J.K. Rowling lo sabe con seguridad. Éste es un personaje de ficción, pero la descripción que hace Rowling de Hagrid refleja la realidad de la vida de un disléxico: tiene problemas con la escritura, dificultad para encontrar las palabras adecuadas y problemas con la memoria. Todos estos signos lo marcan como a una persona disléxica.Sin embargo, no es sólo un disléxico. Es también una persona amable y cariñosa que no tiene miedo de derramar una lágrima por sus amigos o por un animal que ha muerto o se ha lastimado. Y es leal con sus allegados, defendiéndolos valientemente. El personaje ilustra que las personas con esta problemática, como todos nosotros, son complicadas, multidimensionales que desafían los meros rótulos.

En esta nota exploraremos las habilidades así como también los problemas de los niños con dislexia y otras discapacidades del aprendizaje. Quisiera que pudiéramos comprender a los individuos con discapacidades del aprendizaje como a un ser humano en su totalidad y para poder ver más allá de sus inconvenientes.

El terror de la prueba de ortografía

“Estoy enfermo, no tengo hambre”. Dice Tomás, de 9 años, sentado en la mesa de la cocina revolviendo sus cereales en la leche. Mira hacia la ventana, es un viernes de Julio frío, gris y ventoso.

La madre lo mira ansiosamente y le dice: “Tomás comete los cereales. Necesito que salgas en 5 minutos. Son las 7.25 hs. Vas a perder el micro”.

“No puedo ir al cole, estoy muy enfermo”, murmura. “Creo que tengo fiebre. Me duele la panza y la cabeza”.

Su mamá le toca la cabeza. “No se siente caliente”, dice desconcertada. “No creo que tengas fiebre”.

―“Me siento caliente”, asegura el chico.
―“Estoy segura de que te vas a sentir mejor en unos minutos”, mantiene, firme, su mamá.
―“No, me duele mucho”, contrarresta Tomás.
―“Andá a lavarte los dientes y agarrá tus libros y tu campera”, responde terminante la mujer.

Dejando sus cereales favoritos intactos, Tomás deja la mesa y, agarrándose su panza, camina lentamente hacia su habitación y se tira en su cama.

Su madre aparece y dice “me parece que tendré que tomarte la temperatura”. Le coloca el termómetro en su axila antes de abandonar la habitación. Tomás lo toma y lo pone cerca de la calefacción. Espera que suba la temperatura porque realmente odia la escuela y si “tiene fiebre” hará que su mamá no lo mande ese día.Los viernes son los días de prueba de ortografía. Él realmente odia en forma absoluta esos exámenes. Le rezó a Dios, pero se supone que rezar es para cosas importantes como cuando se enferma la abuela. No se supone que lo haga por una prueba de ortografía.

Tomás piensa, “Si sólo pudiera faltar hoy, luego viene el fin de semana. Su entrenamiento de fútbol es los sábados, pero si estaba enfermo su mamá no lo dejaría ir. Le haría quedarse en la cama. Se aseguraría estar mejor para el sábado. Odiaba faltar a los entrenamientos. ¿Qué odiaba más? ¿Faltar al entrenamiento de fútbol o ir a la prueba de ortografía? Ésta era una pregunta muy difícil.”

Escuchó los pasos de su mamá y se colocó el termómetro en su axila.

Su mamá entra, le saca el termómetro y dice: “No tenés fiebre.”

“Vamos, te llevo en el auto a la escuela porque ya perdiste el micro.”

Tomás agarró su lunchera y corrió hacia el auto.

El intento del chico con el termómetro no había funcionado. Debería enfrentar el examen. Esperaba que un grupo de alienígenas aterrizaran en su nave espacial en el patio de la escuela y los raptaran a todos. Pensándolo mejor, esto podía no ser divertido si eran malos, hasta podría perder su entrenamiento de fútbol.

Tal vez la escuela sufriera un incendio antes de que llegara. Esto no sería bueno porque podría lastimar a muchas personas. Tal vez la señorita Ana faltara y tuvieran a una maestra suplente y así se suspendería la prueba de ortografía. Pero, seguramente, Franco y Juliana, que siempre se sacaban un 10 en la prueba de ortografía (aún con palabras como posesión y ferretería), le dirían a la maestra suplente que los viernes siempre había una prueba de ortografía.

“Ya llegamos. Buena suerte con la prueba de ortografía”, le dijo su mamá mientras Tomás se bajaba lentamente del auto. Él arrastró los pies hacia la escuela. Tal vez se produjera un terremoto lo lejos como para que nadie se lastimara, pero lo suficientemente cerca como para romper todas las ventanas de la escuela y así suspender ese calvario de los viernes. Lamentablemente, todo eso era poco probable.

Luego tuvo una inspiración: ¡un simulacro de incendio! Eso lo salvaría. Le gustaban los simulacros de incendio, los alumnos perdían unos 45 minutos de clase cada vez que había uno de esos simulacros.

Miró su reloj, 45 minutos para la prueba de ortografía. Rezó por un simulacro de incendio. Ahora empezó a sentir hambre. Debería haber comido el cereal. Estaban haciendo ejercicios de aritmética, multiplicaciones de números de dos y tres dígitos. No estaba tan mal. Al menos podía hacer matemáticas. Faltaban treinta minutos. Rezó nuevamente por un simulacro de incendio, aunque sabía que se suponía que no debía desperdiciar un rezo en esto. Miró nuevamente el reloj. Sólo faltaban cinco minutos para la prueba de ortografía. Todos los caminos conducían a tener que realizar el dictado del día.

Leer / Descargar: www.asociacioneducar.com/comprendiendo-dislexia

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