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martes, 3 de febrero de 2009

AMOR Y PEDAGOGIA






Miguel de Unamuno (nace en Bilbao 1864-Salamanca 1936) filósofo y escritor,Murió en Salamanca en 1936.



AMOR Y PEDAGOGIA


CAPÍTULO I


Avito Carrascal, joven de buena familia, enamorado de la sociología y de las ciencias, habla con Sinforiano. Este le escucha atentamente, y se queda anonadado ante las teorías de su amigo. Don Avito, pone de manifiesto la idea de que si hay algo por lo cual el hombre llega a ser hombre, es por su ciencia e inteligencia. Y remarca bien esto de hombre, puesto que , entre otras manías, Don Avito es un misógino convencido.
Intenta hacer caer a Sinforiano en la cuenta de sus teorías. Para Avito, el ser humano se hace, y con el fin de probar semejante teoría se dispone a crear un genio, que habrá de ser por fuerza niño, y al que educará con la pedagogía, la sociología y todas las ciencias realmente necesarias para la formación del genio.
Para llevar a cabo tamaño propósito pueda ser llevado a cabo, Don Avito ha de encontrar a la futura madre del genio, y se decide rápido por la única que reúne las cualidades que él busca: Leoncio.
Así pues Don Avito, renegando de los deseos de la carne y el corazón, que él considera molestos, innecesarios y sobre todo débiles, inicia la seducción de Leoncia, escribiéndole a esta una ininteligible carta cargada de tecnicismos y aforismos. Pero en el momento en el que acude a la entrevista con ella, cual no será su sorpresa al descubrir que , sin darse cuenta (o más bien sin querer reconocerlo), queda prendado de la sirvienta: Marina del Valle. Don Avito, como se puede esperar de él, intenta auto justificarse mediante teorías y explicaciones, que si bien no le convencen del todo, si consiguen acallar su conciencia.
Así pues, y tras una larga deliberación (o al menos eso cree él, que niega el enamoramiento), llega a la conclusión de que Marina será la madre que le dará al futuro genio.
Marina Del Valle es sencilla, trabajadora y poco exigente. Se amolda perfectamente a las rarezas de su futuro marido, y este no ve defectos en ella, puesto que ante la más mínima duda, teoriza al respecto, encontrando lógicas y saludables todas las reacciones y respuestas de Marina, cuando en realidad, su incultura y/o falta de interés es la que actúa. Así pues , se dispone la pareja a establecer la unión matrimonial, momento en el que Avito es asaltado por las dudas. Sin embargo, se consuma. El primer paso está dado, el futuro genio ya tiene madre.
CAPÍTULO II
Marina Del Valle cae en la rutina, su vida se vuelve un sueño, en el que sólo ha de sobrevivir. Intenta asumir las rarezas de su marido, pero no puede (o no quiere), pero, ha de transigir y seguir con lo establecido. Mientras tanto, su marido el sociólogo, sigue negando toda muestra de debilidad que pudiera dañar al genio, que ya está engendrado. Así, obliga a la infeliz esposa a tomar judías hasta provocarle una indigestión, con el fin de aportar fósforo a su hijo... tales rarezas extrañan a Marina , que da por imposible a su marido. Este sigue aplicando las teorías y la ciencia en estado puro, con el fin de sacar el mejor partido del feto. Le preocupa el hecho de que su hijo tenga que ser parido por una mujer, y se lamenta de la incapacidad varonil para dar a luz, que de existir daría seres perfectos. A estas alturas, Marina no hace sino lamentarse, pero no encuentra consuelo en su esposo, que para colmo de males, le prohíbe buscar refugio en Dios, al que considera no útil en estas lides.
Al final, el que será el genio, educado en la ciencia y la pedagogía, viene al mundo, y es recibido como tal por su padre, que prepara un rigurosísimo control, con el fin de que todo sea más fácil.
CAPÍTULO III
El primer problema al que se enfrenta Don Avito, es el de ponerle un nombre al genio. Tras mucho divagar, y pensando en futuras y no muy lejanas glorias, decide darle el nombre de Apolodoro, y desde el mismo instante en el que ve la luz, intenta inculcarle los valores de la pedagogía.
Su madre, parece despertar un poco de la ensoñación en la que se halla sumida, con el nacimiento de la criatura. Su instinto maternal se despierta, y pretende criar a su hijo en una educación con amor y temerosa de Dios. Ambas cosas están mal vistas por su marido, con lo cual comienza a esconderse para tales propósitos. El hiperracionalismo de Don Avito llega al punto de negar el amor al niño, y cree en la ciencia pura y dura como método de educación válida, sin impurezas que puedan distraer al genio. Una de las pocas ocasiones en las que ella se sale con la suya, es cuando bautiza al niño, y le coloca el nombre de Luis. Todo ello no es bien visto por Don Avito, pero calla ante la posibilidad de que ella esté en lo correcto.
Para la educación de Apolodoro, va a visitar a Don Fulgencio, reputado filósofo, que dará al crío el último toque para alcanzar la gloria, y reniega de su mujer, que no hace sino estropear al genio con sus debilidades.
CAPÍTULO IV
Don Fulgencio Trasbosmares, hombre sin ilusiones y hecho de pura ciencia (o al menos de cara al público), sueña con la gloria eterna que le proporcionará su gran obra, Ars Magna combinatoria. Él es el encargado de enseñar a Apolodoro todo el saber necesario. Fulgencio propone a Don Avito el método de estudio. Este método le sorprende, puesto que lo propuesto no es sino que el chico aprenda sólo, como los demás, y a partir de esto, guiarle a encontrar su “morcilla”, o interés. La idea no gusta a Avito, mas siendo del venerable Don Fulgencio, las dudas se disipan. El padre de Apolodoro se plantea la infalibilidad del filósofo, pero en el fondo no quiere creer que esto sea posible. Es la diferencia entre los dos. Don Fulgencio, pese a sus palabras metafísicas y secas, si cree en cosas como el amor, y sobre todo, tiene un sentido mucho más práctico de la vida.
Don Avito se toma la ciencia de un modo dogmático, es un ser que acalla sus dudas existenciales mediante la negación o la afirmación sin concesiones. Don Fulgencio, sin embargo, es una persona con sus dudas, pero está abierto a la esperanza, y le gustaría creer, tal vez por puro egoísmo ante el que no teme al final de la vida, porque espera algo mejor.
CAPÍTULO V
Don Avito continúa con sus excentricidades, y Apolodoro comienza a balbucear. Su padre atribuye el hecho a las fricciones de cráneo a las que le había estado sometiendo. Mientras este pierde el tiempo con imposibles tareas pedagógicas, Marina trata al niño como cualquier madre lo haría. Ella no es culta, pero transmite el cariño que el niño le inspira. Todo esto es a espaldas de su marido, por supuesto, que ve ridículos estos medios.
Apolodoro comienza a hablar, y con ello inventa sus propias palabras. Avito se muestra desengañado. ¿Cuándo aparecerá el conocimiento?. El atormentado padre acude en busca del consejo de Don Fulgencio, y queda sorprendido ante la tranquilidad de éste, que le aconseja cierta libertad. Don Avito, escandalizado, vuelve a dudar de los métodos de este hombre, pero, en fin, él es el sabio...
Entre estas divagaciones está cuando se entera que “la materia” está embarazada de nuevo. El egoísmo de Don Avito llega a tal punto, que sólo le preocupa el hecho de que el futuro ser obstruya la formación del genio. Se escandaliza ante las irracionales deseos de un niño, al que no logra entender.
CAPÍTULO VI
Apolodoro va a la escuela. Es el consejo de Don Fulgencio, que una vez más, no es compartido por el padre. Así Apolodoro comienza a socializarse, puesto que está con más niños. Sus pensamientos son siempre desbaratados por la lógica aplastante de su padre, que no concibe el juego y la fantasía infantil como método de aprendizaje. Así pues Avito saca a pasear a su hijo, y da lecciones imposibles a su chiquillo, con la esperanza de que este asimile las mínimas nociones. Don Avito no valora los sentimientos, y traumatiza a Apolodorín con un conejo, que está siendo sacrificado en beneficio de la ciencia. Tal vez con una mentira piadosa, el resultado hubiese sido otro...
Mientras tanto, Marina sigue enseñándole oraciones y fábulas, claro está, a espaldas de su padre.
CAPÍTULO VII
Nace el segundo hijo de la pareja, y es una hembra. Don Avito tiene claro que la mujer no llegará nunca a ser relevante, y con esto en la cabeza deja a Marina hacer, y él no se preocupará, ¿para qué?, total, si el genio está en proyecto, Rosita (así se llama la niña) no tendrá otro fin que el de “parir hombres”.
Don Fulgencio medita con Don Avito, y le da la razón. Para ellos La mujer es una carga que impide progresar, y nunca podrá existir un genio del sexo femenino, puesto que ellas no están dotadas de la inteligencia masculina. Cuando finalizan estas disertaciones, y Don Avito abandona la casa, Don Fulgencio cae rendido ante su mujer, que es una mujer astuta, que deja hacer al filósofo pero al que en el fondo domina. Esto, naturalmente, queda dentro de la intimidad y nadie lo imagina tan siquiera.
CAPÍTULO VIII
Don Fulgencio determina que Apolodoro está al fin preparado para recibir sus conocimientos. Para ello, le cita en su casa donde recibirá clases. Apolodoro queda confundido ante la ambigüedad de su maestro, y llega a la conclusión de que no va a sacar nada en claro de aquí, aunque este hombre se muestra más partidario de la experiencia que su padre, que es pura teoría.
Apolodoro se sume en sus pensamientos y toma conciencia de su entorno, Edelmira, la mujer de Don Fulgencio, su madre, su niñez...
Apolodoro conoce al que será una figura clave en su vida, Hildebrando F. Menaguti, poeta cuyos pensamientos van encaminados en el sentido de que no hay más genio que el genio poético.
CAPÍTULO IX
Apolodoro lee los libros de Menaguti, y le gustan. Al anochecer se siente inspirado, y imagina poesía. Apolodoro descubre el amor, y esto, para Don Avito, no tiene ningún sentido. Por enésima vez corre Avito a hablar con Don Fulgencio, que ve todo con mucha calma y muy normal. También por enésima vez Avito duda. ¿Porqué su hijo?.
En este momento toda la preocupación es la de un experimentador, no deswea que este amor se concrete, porque sería una experiencia negativa para su genio.
CAPÍTULO X
Pero no hay manera. Apolodoro se enamora perdidamente de Clarita, la hija de Don Epifanio, el maestro con el que se perfecciona en dibujo.
Don Avito no es partidario de las ideas de Don Epifanio. Apolodoro, para seducir a Clara, entabla amistad con Emilio, el hermano de esta. Apolodoro es culto y todo el mundo piensa que es raro. Sin embargo, en un primer momento, conquista a Clara. Su padre no se puede explicar semejante actuación, pero su madre, llora emocionada cuando tiene noticia.
Apolo comienza a sentir lástima por su madre, pero aún más si cabe por su padre, ese que no parece tener cabida a los sentimientos más humanos y básicos del ser.
CAPÍTULO XI
Paseando por la orilla del río, Apolodoro observa un hombre ahogado. A la memoria le vienen conceptos técnicos sobre densidad y demás... es debido a la educación que está recibiendo. Entabla conversación con Federico, hombre que no le agrada. Hablan del suicidio.
Federico es un galán, y piensa que poseer una muchacha es de bárbaros, sin embargo, le declara a Apolodoro su amor por Clarita. Apolodoro se indigna y comienza una discusión. Federico tiene argumentos necesarios para dejarlo desalentado en poco tiempo. Apolodoro no sabe discutir, sólo sabe de ciencia. Se da cuenta que todos sus conocimientos no tienen validez en estas situaciones, aquí Apolodoro reniega de toda la ciencia que no le sabe responder a este dilema tan simple.
No puede dejar de pensar en el tema, ese Federico que le va a quitar lo que más quiere, su auténtica “pedagogía”, y para colmo a su madre le gusta, pero ¿servirá de algo?. Apolodoro se encierra en su cuarto y comienza a escribir un cuento.
CAPÍTULO XII
Apolodoro está atormentado. ¿será Clarita feliz con él?. Dándose cuenta de que debe de actuar, intenta convencerla, pero él es demasiado complicado para ella. En un primer momento, Clarita le dice que le quiere, e incluso le pide que se convierta, que ella no quiere casarse con un judío. Pero en el fondo, Clara miente, y le da el consentimiento a Federico. Así está jugando a dos bandas, y Federico es mejor que Apolodoro, que es para ella alguien que la quiere mucho, pero que en el fondo es un “pobrecillo”.
Apolodoro besa a Clara, la quiere con locura, pero esta se da cuenta por fin, de que quiere a Federico. Apolo se desespera, pero ¿qué puede hacer?.
Su novela sale publicada en una revistilla, y Don Avito, harto de las influencias que a su juicio están perjudicando a su hijo, decide terminar con el curso de dibujo. Así pues, Apolodoro no volverá a casa de Clara.
Don Fulgencio lee la novelita de su alumno, y ve claramente que es autobiográfica, pero critica el arte, las ideas del poeta Menagutti, y Apolodoro se hunde cada vez más, y no sabe reponerse. Comienza a dudar de sus propios gustos, ¿tendrá razón Don Fulgencio?, ¿será el arte una porquería?. Estas preguntas le atormentan en tan difícil momento.
CAPÍTULO XIII
Don Federico Vargas hace que Clarita envíe una carta a Apolodoro, en la que le cuenta que se va a casar con el primero. Apolodoro se sume en la desesperación y la depresión. En esta actitud, se encuentra con Menaguti, que al saber su problema, le aconseja la venganza, la muerte contra el deshonor. Apolo se siente un desgraciado, y va a ver a Don Fulgencio. Apolodoro le recrimina que es lo que es gracias a él y a su padre. Se siente un fracasado, y ellos le han hecho ser así. Ante esto, Don Fulgencio se ablanda e intenta consolarle, pero cae en la cuenta de que tiene razón. Don Fulgencio muestra su debilidad, reconoce el fracaso, e impresiona a Apolo, que siente que ya no tiene ningún sentido el seguir viviendo. Esta idea del suicidio es alentada por Menaguti, puesto que no se siente capaz de matar al arrogante Federico. Todo el mundo sabe que le ha quitado a la novia, que el es un perdedor, un pobre diablo, él, el que se supone hubiera sido un genio... Apolodoro no aguanta más.
CAPÍTULO XIV
Apolodoro decide, que como no puede ser un genio en vida, lo será en la muerte, y dejará un legado que constará de un libro sobre la necesidad de morirse. Además siente la necesidad imperiosa de ser padre. Tiene la sensación de que si uno muere pero deja a un ser de su sangre, en el fondo no muere del todo.
Apolodoro enloquece de desesperación. Don Avito, cerca de la rendición aún saca conclusiones alentadoras, y busca el parentesco genio locura que tantos tópicos ha creado. Lleva a su hijo a que sea examinado por Don Antonio, el médico que no es capaz de encontrarle nada. De hecho Apolo sabe que su enfermedad es una que no puede ser detectada por ningún médico...
Apolodoro sigue pensando en dejar su semilla antes de morir y ve en Petra, la criada, una excelente forma de dar salida a su plan.
Don Avito intenta hacerle entender que ha de superar sus males, pero Apolo le rebate, es listo y muy en su interior, su padre sabe que el chico lleva razón. Mientras tanto Rosa , la olvidada hija, no robustece. Todo le sale mal a Don Avito, que siente que Marina le ha estropeado sus planes con eso del amor.


CAPÍTULO XV
Rosa, la que sin ninguna ciencia habló antes e incluso desarrolló el intelecto antes que su hermano, está muy enferma. Los días hacen mella en ella como años, va a morir. Don Avito lo sabe, pero no siente dolor. Intenta ayudarla con toda su ciencia, pero no hay manera. Al fin Rosa muere y su padre la mira, pensando en el proceso fisiológico, para él, al fin y al cabo, es una cosa normal, una cosa que sucede tarde o temprano. Apolodoro quiere a su hermana, pero quiere más a su madre, que está destrozada. Así Apolo no soporta la situación y menos aún cuando se entera de que Clara, su Clarita a la que él creía haber dejado de querer, va a hacer oficial su matrimonio con Federico. Pero Apolodoro no ha cumplido todas sus voluntades, desea la inmortalidad que le proporcionará un hijo, y lo tendrá. Apolodoro se pone de acuerdo con Petra, y escribe un testamento, y atormentado y loco, se encierra en una habitación en la que se ahorca. Don Avito entra en la sala y queda petrificado, y por primera vez, siente el amor, quiere a su hijo y se le ha ido para siempre, se ha equivocado con él y ya nunca va a poder rectificar. Rompe a llorar como un niño, y Marina, esa que ha estado todo el tiempo al margen, es lo único que le queda. Don Avito Carrascal siente el dolor, el amor, y todos los sentimientos que tenían apartados de su “pedagogía”. “El Amor había vencido”

GRACIAS AL MAESTRO ANGEL FLORES GARCIA QUE NOS INDUJO EL HABITO DE LA LECTURA.

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