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LA LOGICA DE LOS PSEUDOINTELECTUALES
Posted
on 24 abril, 2017 por lanotasociologica
Michel Foucault sugiere que el papel
del intelectual “consiste en enseñar a la gente que son mucho
más libres de lo que se sienten, que la gente acepta como verdad, como
evidencia, algunos temas que han sido construidos durante cierto momento de la
historia y que esa pretendida evidencia puede ser criticada y destruida.
Cambiar algo en el espíritu de la gente, ese es el papel del intelectual”
Tecnologías
del yo; verdad, individuo y poder
La ideología es un sombrero, un traje que nos hace
impermeables a la realidad, nos ciega de tal manera que pensamos en nuestra
realidad como la única, la mejor, la posible. Todos -en alguna medida u otra
somos más o menos proclives a la ideología. No obstante, el problema se da
cuando los intelectuales embriagados de poder y los políticos de
intelectualidad se funden en una nueva figura: el pseudo-intelectual.
Estos personajes aniquilan los buenos
sentimientos o intenciones que puedan tener otros políticos por imposición de
la vacuidad. La vanidad y el orgullo son la perdición del equilibrio mental. La
política puede proveer una profesión loable siempre y cuando no se mezcle con
el campo de la Filosofía o la intelectualidad en general. Ésta última debe ser
ajena a cualquier manipulación ideológica o por lo menos debe intentar ser
independiente. A diferencia de los intelectuales que no buscan (o no deberían)
un crédito político sino la interpretación de los hechos [rigurosa y
sistemáticamente], los pseudo-intelectuales buscan
por medio de su verdad imponer, disuadir y ejercer poder sobre otros. Utilizan
tesis y teorías del campo de lo social para sus propios intereses. Mas detrás
de éstos, se esconde solo el egoísmo y la paranoia de quien domina.
Si el intelectual basa sus
observaciones en un supuesto de objetividad, el pseudo-intelectual busca
confrontar para que su verdad sea la única condición posible. Para ello
vinculan personas por sus características o perfiles en vez de debatir y
criticar sus ideas. Por ejemplo, buscan hechos conspirativos que vinculen a
varios de sus detractores con el fin de reforzar sus propias ideas. En razón de
tal acto, ellos consideran que las personas son más importantes que sus ideas.
Veamos el siguiente ejemplo, es como si en un Congreso de filosofía alguien
objetara una tesis de algún profesor sobre Hegel aduciendo que esa persona
tiene problemas con la bebida. Ello conlleva a pensar que, si el intelectual
sólo se dirime en el mundo de las ideas confrontando y batallando con otros
intelectuales por sus ideas, el pseudo-intelectual batalla con las personas
para imponer sus ideas. En consecuencia, nunca asume su propia culpa por el
destino. Éste se presenta como ajeno a su responsabilidad, como impuesto por
una oligarquía siempre corrupta que ha perjudicado a la historia del país.
En pocas palabras, su lógica bipolar es
incapaz de conseguir el diálogo pues basa su realidad en una lucha mítica
conflagratoria, en general anclada en el pasado, entre el bien y el mal. Bajo
la lógica del amo y el esclavo, el pseudo-intelectual busca en la victimización
el instrumento perfecto para la sumisión, no permite la alteridad de hecho,
aunque se llena la boca de discursos multiculturales. Si el Intelectual acepta
la crítica y busca el error como una forma de validación de sus propios
postulados (en la forma hegeliana clásica), el político pseudo-intelectual no
acepta la disidencia, pero se nutre de distinguidos términos, utilizan vocablos
complicados, una excelente dicción para convencer, es retóricamente perfecto
pero sus dichos son falacias carentes de significación.
Por lo general, dichos grupos recurren
a la censura no de la manera clásica sino por sobre exposición. Si en el
período de la “Edad Media” la censura se realizaba sobre el cuerpo y las obras
de los intelectuales que pensaban diferente a la Iglesia Católica por medio de
la imposición del castigo, en la actualidad, los pseudo-intelectuales se
conforman con utilizar el debate como método de dispersión. La sobre-exposición
de información a la cual todos o casi todos los ciudadanos modernos estamos
expuestos, nos habla de una censura inversa por exceso de información. Si hoy
tomamos Google o Internet y tipeamos el Nombre Karl Marx seguramente aparecerán
400 millones de registros sobre las obras de Marx. Ello seguramente ajustará
nuestro universo cognitivo a los primeros diez y seguramente habremos olvidado
los restantes 399.999.990 restantes. Los pseudo-intelectuales juegan con
la sobreexposición tornando el debate sobre temas que no son importantes para
la sociedad. Desvían la crítica sólo a cuestiones de segunda o tercera
categoría que lleva a sus adeptos hacia una embriagante falta de dicotomía.
Por lo demás, acusan y acusan sin culpa,
considerándose privilegiados con el don divino de poder terminar una tarea que
ha quedado inconclusa. Consideran a sus críticos lacayos “del poder imperial”,
o de una aristocracia fabricada que sirve a sus estrategias políticas. Crean
enemigos “externos y chivos expiatorios” con el fin de no perder poder […].
Incluso, en ocasiones, estos nefastos personajes acumulan poder gracias a la
entrega de jóvenes románticos y políticos bienintencionados […]. Los
pseudo-intelectuales no entienden de negociación como así tampoco de puntos
intermedios, para ellos las cuestiones políticas son “todo o nada”, la gloria o
la destrucción total”. Hace muchos años pregunte a uno de mis maestros, ¿Cómo
darme cuenta si estoy frente a una dictadura?, él (pacientemente) me respondió,
cuando veas a un grupo acusar con el dedo a otro, enjuiciarlos y condenarlos a
todos sin excepción, estarás en presencia de un gobierno autoritario.
En Latinoamérica durante las décadas del 70 al 80
se sucedieron una serie de golpes de Estados que culminaron con miles de
disidentes desaparecidos. Esta parte oscura de la historia es innegable.
Latinoamérica ha tenido su propio holocausto. Desde el punto de vista de los
acusados de perpetrar crímenes de lesa humanidad se puede observar desparpajo,
falta de arrepentimiento y un supuesto discurso tendiente a legitimar lo hecho.
Desde su discurso, los crímenes cometidos se justificarían debido a una
supuesta guerra civil entre dos grupos, uno de los cuales se ocultaba en el
seno de la sociedad, era en términos castrenses clásicos, invisible en el campo
de batalla. Claro que según los códigos de Guerra y los estatutos castrenses,
los prisioneros deben recibir un trato humano, ser previamente declarados y
restituidos a su bando en caso de amnistía o una vez finalizado el conflicto.
Esta parte parece quedar en el olvido para quienes defienden a los “militares
enjuiciados o sospechados de haber incurrido en desaparición forzosa de
personas”. Queda difusa la cuestión de fondo que se está realmente discutiendo
cuando se enjuicia a un “criminal de guerra”. El discurso ideológico desdibuja
las causas del crimen por los motivos que llevaron a ese criminal a cometer
esos actos. Lo extraño parece ser que por el otro lado tampoco parece haber
mucha cordura. Una de las características de la justicia humana no está
asociada a que el acusado siempre sea condenado, sino precisamente a que el
proceso sea falible, es decir que de 10 acusados 2 puedan salir absueltos. Caso
contrario estaríamos en frente de “una cacería de brujas”.
Los derechos humanos pueden ser una formidable arma
política de miedo y adoctrinamiento interno. El filósofo esloveno Slavoj
Žižek no se equivoca cuando sugiere que una de las cuestiones más paradójicas
de la historia, es ver como las víctimas se transforman en victimarios.
Precisamente, en el odio de todo lo que el enemigo representa, implícitamente
terminan reforzando su espíritu. Casi en forma idéntica a una posesión. El
espíritu del victimario pasa de dominador a dominado con mucha facilidad. Si
bien cambian los actores, en el fondo, el problema parece ser el mismo.
¿Después
de todo, los grandes dictadores no han subido al poder denunciando aquello que
estaba mal en su época sino también pregonando la unidad y la paz (algunos de
ellos por vía democrática)? Como denunciara hace años Arthur Schopenhauer, el político tiene cierta propensión a manipular los frutos de la
sapiencia a su favor, y en efecto, el intelectual muestra también cierta
tendencia a verse fascinado por el poder.
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