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EL MIEDO A LA LIBERTAD, ERIC FROMM
(FRAGMENTO)
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LA
LIBERTAD COMO PROBLEMA PSICOLÓGICO
I.
Las luchas por la libertad fueron sostenidas
por los oprimidos, por aquellos que buscaban nuevas libertades en oposición con
los que tenían privilegios que defender.
II.
Al luchar una clase por su propia liberación
del dominio ajeno creía hacerlo por la libertad humana como tal y, por
consiguiente, podía invocar un ideal y expresar aquella aspiración a la
libertad que se halla arraigada en todos los oprimidos.
III.
Sin embargo, en las largas y virtualmente
incesantes batallas por la libertad, las clases que en una determinada etapa
habían combatido contra la opresión, se alineaban junto a los enemigos de la
libertad cuando ésta había sido ganada y les era preciso defender los
privilegios recién adquiridos.
A
pesar de los muchos descalabros sufridos, la libertad ha ganado sus batallas.
Muchos perecieron en ellas con la convicción de que era preferible morir en la
lucha contra la opresión a vivir sin libertad. Esa muerte era la más alta
afirmación de su individualidad.
La historia parecía probar que al
hombre le era posible gobernarse por sí mismo, tomar sus propias decisiones y
pensar y sentir como lo creyera conveniente.
“La plena expresión de las potencialidades del
hombre parecía ser la meta a la que el desarrollo social se iba acercando
rápidamente”.
Los principios del liberalismo
económico, de la democracia política, de la autonomía religiosa y del
individualismo en la vida personal, dieron expresión al anhelo de libertad y al
mismo tiempo parecieron aproximar la humanidad de su plena realización. Una a
una fueron quebradas las cadenas. El hombre había vencido la dominación de la
naturaleza, adueñándose de ella; había sacudido la dominación de la Iglesia y
del Estado absolutista. La abolición de la dominación exterior parecía ser una
condición no sólo necesaria, sino también suficiente para alcanzar el objetivo
acariciado: la libertad del individuo. La guerra mundial
1.-fue
considerada por muchos como la última guerra; su terminación, como la victoria
definitiva de la libertad. Las democracias ya existentes parecieron adquirir
nuevas fuerzas, y al mismo tiempo nuevas democracias surgieron para reemplazar
a las viejas monarquías. Pero tan sólo habían transcurridos pocos años cuando
nacieron otros sistemas que negaban todo aquello en que los hombres habían
creído y cuyo logro costara tantos siglos de lucha. Porque la esencia de tales
sistemas, que se apoderaron de una manera efectiva e integral de la vida social
y personal del hombre, era la sumisión de todos los individuos, excepto un
puñado de ellos, a una autoridad sobre la cual no ejercían vigilancia alguna.
En un principio, muchos hallaban algún aliento en la creencia de que la
victoria del sistema autoritario se debía a la locura de unos cuantos
individuos y que, a su debido tiempo, esa locura los conduciría al derrumbe.
Otros se satisfacían con pensar que al pueblo italiano, o al alemán, les
faltaba una práctica suficiente de la democracia, y que, por lo tanto, se podía
esperar sin ninguna preocupación el momento en que esos pueblos alcanzaran la
madurez política de las democracias occidentales. Otra ilusión común, quizá la
más peligrosa de todas, era el considerar que hombres como Hitler habían
logrado apoderarse del vasto aparato del Estado sólo con astucias y engaños;
que ellos y sus satélites gobernaban únicamente por la fuerza desnuda y que el
resto de la población oficiaba de víctima involuntaria de la traición y del
terror. En los años que han transcurrido desde entonces, el error de estos
argumentos se ha vuelto evidente. Hemos debido reconocer que millones de
personas, en Alemania, estaban tan ansiosas de entregar su libertad como sus
padres lo estuvieron de combatir por ella; que en lugar de desear la libertad
buscaban caminos para rehuirla; que otros millones de individuos permanecían
indiferentes y no creían que valiera la pena luchar o morir en su defensa.
También reconocemos que la crisis de la democracia no es un problema peculiar
de Italia o Alemania, sino que se plantea en todo Estado moderno. Bien poco
interesan los símbolos bajo los cuales se cobijan los enemigos de la libertad
humana: ella no está menos amenazada si se la ataca en nombre del antifascismo
o en el del fascismo desembozado
2. Esta
verdad ha sido formulada con tanta eficacia por John Dewey, que quiero
expresarla con sus mismas palabras: "La amenaza más seria para nuestra
democracia —afirma—,
a)
no es la existencia de los Estados
totalitarios extranjeros.
b)
Es la existencia en nuestras propias actitudes
personales y en nuestras propias instituciones, de aquellos mismos factores que
en esos países han otorgado la victoria a la autoridad exterior y estructurado
la disciplina, la uniformidad y la confianza en el 'líder'.
Por lo tanto, el campo de batalla está también aquí —en nosotros
mismos y en nuestras instituciones"
3. Si queremos combatir el fascismo
debemos entenderlo.
a)
El pensamiento que se deje engañar a sí mismo,
guiándose por el deseo, no nos ayudará.
b)
Y el
reclamar fórmulas optimistas resultará anticuado e inútil como lo es una danza
india para provocar la lluvia.
Al lado
del problema de las condiciones económicas y sociales que han originado el
fascismo se halla el problema humano, que precisa ser entendido. Este libro se
propone analizar aquellos factores dinámicos existentes en la estructura del
carácter del hombre moderno, que le hicieron desear el abandono de la libertad
en los países fascistas, y que de manera tan amplia prevalecen entre millones
de personas de nuestro propio pueblo. Las cuestiones fundamentales que surgen
cuando se considera el aspecto humano de la libertad, el ansia de sumisión y el
apetito del poder, son éstas:
¿Qué es la
libertad como experiencia humana?
¿Es el deseo de libertad algo inherente a la
naturaleza de los hombres?
¿Se trata de una experiencia idéntica,
cualquiera que sea el tipo de cultura a la cual una persona pertenece, o se
trata de algo que varía de acuerdo con el grado de individualismo alcanzado en
una sociedad dada?
¿Es la libertad solamente ausencia de presión
exterior o es también presencia de algo?
Y, siendo así,
¿Qué es
ese algo?
¿Cuáles son los factores económicos y sociales
que llevan a luchar por la libertad?
¿Puede la libertad volverse una carga
demasiado pesada para el hombre, al punto que trate de eludirla?
¿Cómo ocurre entonces que la libertad resulta
para muchos una meta ansiada, mientras que para otros no es más que una
amenaza?
¿No existirá tal vez, junto a un deseo innato
de libertad, un anhelo instintivo de sumisión?
Y si esto no existe,
¿Cómo
podemos explicar la atracción que sobre tantas personas ejerce actualmente el
sometimiento al "lider"?
¿El sometimiento se dará siempre con respecto
a una autoridad exterior, o existe también en relación con autoridades que se
han internalizado, tales como el deber, o la conciencia, o con respecto a la
coerción ejercida por íntimos impulsos, o frente a autoridades anónimas, como
la opinión pública?
¿Hay
acaso una satisfacción oculta en el sometimiento?
Y si la
hay,
¿En qué consiste?
¿Qué es
lo que origina en el hombre un insaciable apetito de poder?
¿Es el impulso de su energía vital o es alguna
debilidad fundamental y la incapacidad de experimentar la vida de una manera
espontánea y amable?
¿Cuáles
son las condiciones psicológicas que originan la fuerza de esta codicia?
¿Cuáles
las condiciones sociales sobre que se fundan a su vez dichas condiciones
psicológicas?
El análisis del aspecto humano de la libertad
y de las fuerzas autoritarias nos obliga a considerar un problema general, a
saber: el que se refiere a la función que cumplen los factores psicológicos
como fuerzas activas en el proceso social; y esto nos puede conducir al
problema de la interacción que los factores psicológicos, económicos e
ideológicos ejercen en aquel proceso. Todo intento por comprender la atracción
que el fascismo ejerce sobre grandes pueblos nos obliga a reconocer la
importancia de los factores psicológicos. Pues estamos tratando aquí acerca de
un sistema político que, en su esencia, no se dirige a las fuerzas racionales
del autointerés, sino que despierta y moviliza aquellas fuerzas diabólicas del
hombre que creíamos inexistentes o, por lo menos, desaparecidas hace tiempo…
Página 50
a)
…El individuo carece de libertad en la medida
en que todavía no ha cortado enteramente el cordón umbilical que —hablando en
sentido figurado— lo ata al mundo exterior; pero estos lazos le otorgan a la
vez la seguridad y el sentimiento de pertenecer a algo y de estar arraigado en
alguna parte.
b)
Estos vínculos, que existen antes que el
proceso de individuación haya conducido a la emergencia completa del individuo,
podrían ser denominados vínculos primarios.
c)
Son orgánicos en el sentido de que forman
parte del desarrollo humano normal, y si bien implican una falta de
individualidad, también otorgan al individuo seguridad y orientación.
Son los vínculos que unen al niño con
su madre, al miembro de una comunidad primitiva con su clan y con la naturaleza
o al hombre medieval con la Iglesia y con su casta social. Una vez alcanzada la
etapa de completa individuación y cuando el individuo se halla libre de sus
vínculos primarios, una nueva tarea se le presenta: orientarse y arraigarse en
el mundo y encontrar la seguridad siguiendo caminos distintos de los que
caracterizaban su existencia preindividualista. La libertad adquiere entonces
un significado diferente del que poseía antes de alcanzar esa etapa de la
evolución. Es necesario detenerse y aclarar estos conceptos, discutiéndolos más
concretamente en su conexión con el individuo y el desarrollo social. El
cambio, comparativamente repentino, por el cual se pasa de la existencia
prenatal a la humana, y el corte del cordón umbilical marcan la independencia
del
recién nacido del cuerpo de la madre. Pero tal independencia es real tan sólo
en el sentido muy imperfecto de la separación de los dos cuerpos. En un sentido
funcional, la criatura sigue formando parte de la madre.
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