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lunes, 12 de diciembre de 2016

EL SERMÓN DE FRAY SERVANDO TERESA DE MIER SOBRE LA VIRGEN DE GUADALUPE

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EL SERMÓN DE FRAY SERVANDO TERESA DE MIER SOBRE LA VIRGEN DE GUADALUPE

El sermón de fray Servando Teresa de Mier sobre la Virgen de Guadalupe
Por: Alejandro Rosas
“Arderá en el infierno”, seguramente pensó más de un miembro del clero mexicano, luego de escuchar el sermón que, con motivo del día de la Virgen de Guadalupe, presentó fray Servando Teresa de Mier el 12 de diciembre de 1794 en la Colegiata de Guadalupe. 

Y, sin embargo, no era para tanto. En su perorata nunca puso en tela de juicio el milagro guadalupano, ni siquiera la existencia de Juan Diego, simplemente lo refería de otro modo, quizá de una forma poco ortodoxa y sí con una buena dosis de manipulación histórica:

“La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe no está pintada en la tilma de Juan Diego, sino en la capa de Santo Tomás apóstol de este reino. Mil setecientos cincuenta años antes del presente, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe ya era muy célebre y adorada por los indios ya cristianos, en la cima de Tenayuca, donde le erigió templo y colocó Santo Tomás. Apóstatas los indios de nuestra religión maltrataron la imagen que seguramente no pudieron borrar, y Santo Tomás la escondió, hasta que diez años después de la conquista apareció la Reina de los Cielos a Juan Diego pidiendo un templo y le entregó la última vez su imagen para que la llevara a la presencia del señor Zumárraga. La imagen de Nuestra Señora es pintura de los principios del siglo primero de la Iglesia, pero, así como su conservación su pincel es superior a toda humana industria, como que la misma Virgen María se estampó naturalmente en el lienzo viviendo de carne mortal”.

Las palabras de Fray Servando taladraron la conciencia religiosa novohispana de finales del siglo XVIII. Mucha gente se sintió agraviada y lo menos que dijeron del dominico fue que adolecía de locura. Pero a los ojos del clero merecía un castigo ejemplar y la respuesta de las autoridades eclesiásticas fue fulminante. No habían transcurrido ni veinticuatros horas del famoso sermón y fray Servando ya cargaba con un proceso y la suspensión de la licencia para predicar y confesar. En marzo de 1795 fue condenado a diez años de reclusión en el Convento de Santo Domingo en Cádiz. Su audaz sermón le había costado un destierro de más de veinte años que concluyó en 1817, cuando en plena Guerra de Independencia regresó acompañando al español Xavier Mina. En su sermón, fray Servando había escrito que todas las argumentaciones, “lo confieso son extrañas e inauditas; pero a mí me parecen muy probables; y a lo menos, si me engaño, habré excitado la desidia de mis paisanos para que probándomelo aclaren mejor la verdad de esta historia”. Doscientos años después la polémica seguía viva. 

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