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Una lectura para iniciar galantemente el año 2016
EL VALOR DE EDUCAR
Fragmento
de la página 13
CAPÍTULO 1
El aprendizaje
humano
En alguna parte dice
Graham Greene que «ser humano es también un deber». Se refería probablemente a
esos atributos como la compasión por el prójimo, la solidaridad o la
benevolencia hacia los demás que suelen considerarse rasgos propios de las personas
«muy humanas», es decir aquellas que han saboreado «la leche de la humana ternura»,
según la hermosa expresión shakespeariana. Es un deber moral, entiende Greene,
llegar a ser humano de tal modo. Y si es un deber cabe inferir que no se trata
de algo fatal o necesario (no diríamos que morir es un «deber», puesto que a
todos irremediablemente nos ocurre): habrá pues quien ni siquiera intente ser
humano o quien lo intente y no lo logre, junto a los que triunfen en ese noble
empeño. Es curioso este uso del adjetivo «humano», que convierte en objetivo lo
que diríamos que es inevitable punto de partida. Nacemos humanos pero eso no
basta: tenemos también que llegar a Serlo. ¡Y se da por supuesto que podemos
fracasar en el intento o rechazar la ocasión misma de intentarlo! Recordemos
que Píndaro, el gran poeta griego, recomendó enigmáticamente: «Llega a ser el
que eres.»
Desde luego, en la
cita de Graham Greene y en el uso común valorativo de la palabra se emplea
«humano» como una especie de ideal y no sencillamente como la denominación
específica de una clase de mamíferos parientes de los gorilas y los chimpancés.
Pero hay una importante verdad antropológica insinuada en ese empleo de la voz
«humano»: los humanos nacemos siéndolo ya pero no lo somos del todo hasta después.
Aunque no concedamos a la noción de «humano» ninguna especial relevancia moral,
aunque aceptemos que también la cruel lady Macbeth era humana —pese a serle extraña
o repugnante la leche de la humana amabilidad— y que son humanos y hasta demasiado
humanos los tiranos, los asesinos, los violadores brutales y los torturadores de niños... sigue siendo cierto que la
humanidad plena no es simplemente algo biológico,
una determinación genéticamente programada como la que hace alcachofas a las
alcachofas y pulpos a los pulpos. Los demás seres vivos nacen ya siendo lo que definitivamente
son, lo que irremediablemente van a ser pase lo que pase, mientras que de los
humanos lo más que parece prudente decir es que nacemos para la
humanidad.
Nuestra humanidad
biológica necesita una confirmación posterior, algo así como un segundo nacimiento
en el que por medio de nuestro propio esfuerzo y de la relación con otros
humanos se confirme definitivamente el primero. Hay que nacer para humano, pero
sólo llegamos plenamente a serlo cuando los demás nos contagian su
humanidad a propósito... y con nuestra complicidad. La condición humana es en
parte espontaneidad natural pero también deliberación artificial: llegar a ser
humano del todo —sea humano bueno o humano malo— es siempre un arte. (Fragmento)
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