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viernes, 10 de julio de 2015

ASÍ ESCRIBÍA NIETZSCHE EL SIGLO PASADO:

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ASÍ ESCRIBÍA NIETZSCHE EL SIGLO PASADO:
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«Sigue en tu puesto», así había dicho el filósofo a su acompañante, «ya que puedes abrigar esperanzas. Efectivamente, cada vez resulta más claro que no tenemos instituciones de cultura,  pero que debemos tenerlas.  Nuestros institutos de bachillerato,  predestinados por su naturaleza a ese objetivo elevado, o se han convertido en lugares en que se cultiva una  cultura  peligrosa,  que  rechaza  con  odio  profundo  la  educación  auténtica,  o  sea, aristocrática, basada en una selección sabia de los ingenios, o bien cultivan una erudición micrológica y estéril,  que en cualquier  caso permanece alejada de la educación,  y cuyo mérito consista quizás en tapar  por lo menos ojos y oídos contra las tentaciones de esa cultura equívoca.» El filósofo había llamado la atención de su acompañante por encima de todo sobre la singular degeneración que debe haber entrado hasta lo más profundo de una cultura,  si  el  Estado puede creer que domina a esta última,  si  a través de dicha cultura puede alcanzar fines políticos, si dicho Estado puede combatir, aliado a ella, contra otras fuerzas hostiles y, al mismo tiempo, contra el espíritu que el filósofo había osado llamar  «verdaderamente alemán»…
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»Por mi parte, conozco una sola antítesis auténtica, la existente entre instituciones  para la cultura instituciones  para las necesidades  de la vidaA la segunda especie pertenecen todas las instituciones presentes; en cambio, la primera especie es aquella de la que estoy hablando yo».
Podían haber transcurrido unas dos horas desde el momento en que los dos amigos filósofos habían iniciado su coloquio sobre cuestiones tan singulares.  Entre tanto, había descendido  la  noche:  si  ya  en el  crepúsculo la  voz del  filósofo  había  resonado en la espesura  del  bosque como una música  natural,  en la  completa  oscuridad de la  noche,  cuando hablaba con excitación, o incluso con pasión, el sonido de su voz se quebraba –a través de los troncos de los árboles y de las rocas que se perdían abajo en el valle- en mil tonos, estallidos y silbidos. De repente,  enmudeció; apenas había acabado de repetir, con actitud casi compasiva: «¡No tenemos ninguna institución de cultura, no tenemos ninguna institución de cultura!», cuando algo, tal vez una piña de abeto, cayó justo delante de él, mientras el  perro del  filósofo se arrojaba encima ladrando. Al verse interrumpido de ese modo, el filósofo alzó la cabeza y sintió a un tiempo la noche, el frescor, la soledad. «Pero, ¿qué hacemos aquí?», dijo a su acompañante.  «Ya ha oscurecido. Hemos esperado tanto tiempo inútilmente.  Ya sabes a quién esperábamos aquí: pero ahora ya no vendrá nadie.
Hemos  esperado  tanto  tiempo  inútilmente: vayámonos.» Ahora,  ilustres  oyentes,  debo comunicaros las impresiones experimentadas por mí y por mi amigo, mientras seguíamos desde nuestro escondrijo, escuchando ávidamente aquel  coloquio claramente perceptible.
Ya os he contado que en aquel lugar y en aquella hora de la noche éramos conscientes de estar celebrando solemnemente un aniversario: dicho aniversario no se refería a otra cosa que a los frutos.


PARA CONTINUAR LEYENDO

SOBRE EL PORVENIR DE NUESTRAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS
Friedrich Nietzsche
Cuarta conferencia
Traducción de Carlos Manzano publicada por Tusquets, Barcelona, septiembre de 2000, pp. 113-140

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