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LA MISIÓN PRINCIPAL DE LA ESCUELA YA NO ES ENSEÑAR COSAS
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La definición, llamada a suscitar una fuerte
polémica, es del reconocido pedagogo italiano Francesco Tonucci.
Pero si la escuela ya no tiene que enseñar, ¿cuál
es su misión? “Debe ser el lugar donde los chicos aprendan a manejar y usar
bien las nuevas tecnologías, donde se transmita un método de trabajo e
investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a
cooperar y trabajar en equipo”, responde.
Para Tonucci, de 68 años, nacido en Fano y radicado
en Roma, el colegio no debe asumir un papel absorbente en la vida de los
chicos. Por eso discrepa de los que defienden el doble turno escolar.
“Necesitamos de los niños para salvar nuestros
colegios”, explica Tonucci, licenciado en Pedagogía en Milán, investigador,
dibujante y autor de Con ojos de niño, La ciudad
de los niños y Cuando los niños dicen ¡Basta!,
entre otros libros que han dejado huella en docentes y padres. Tonucci llegó a
la Argentina por 15a. vez, invitado por el gobernador de Santa Fe, Hermes
Binner, a quien definió como “un lujo de gobernante”.
Dialogó con LA NACION sobre lo que realmente
importa a la hora de formar a los más chicos y dejó varias lecciones, que
muchos maestros podrían anotar para poner en marcha a partir del próximo ciclo
escolar.
Propuso, en primer
lugar, que los maestros aprendan a escuchar lo que dicen los niños; que se
basen en el conocimiento que ellos traen de sus experiencias infantiles para
empezar a dar clase. “No hay que considerar a los adultos como propietarios de
la verdad que anuncian desde una tarima”, explicó.
Recomendó que “las escuelas sean bellas, con jardines, huertas
donde los chicos puedan jugar y pasear tranquilos; y no con patios enormes y
juegos uniformes que no sugieren nada más que descarga explosiva para niños
sobreexigidos”.
Y que los maestros no llenen de contenidos a sus estudiantes,
sino que escuchen lo que ellos ya saben, y que propongan métodos interesantes
para discutir el conocimiento que ellos traen de sus casas, de Internet, de los
documentales televisivos. “¡Que se acaben los deberes! Que la escuela sepa que
no tiene el derecho de ocupar toda la vida de los niños. Que se les dé el
tiempo para jugar. Y mucho”, es parte de su decálogo.
De
hablar pausado y de pensamiento agudo, Tonucci transmite la imagen de un padre,
un abuelo, un educador que aprendió a ver la vida desde la perspectiva de los
niños. Y recorre el mundo pidiendo a gritos a políticos y dirigentes que
respeten la voz de los más pequeños.
-¿Cómo
concibe usted una buena escuela?
-La escuela debe hacerse cargo de las bases
culturales de los chicos. Antes de ponerse a enseñar contenidos, debería
pensarse a sí misma como un lugar que ofrezca una propuesta rica: un espacio
placentero donde se escuche música en los recreos, que esté inundado de arte;
donde se les lean a los chicos durante quince minutos libros cultos para que
tomen contacto con la emoción de la lectura. Los niños no son sacos vacíos que
hay que “llenar” porque no saben nada. Los maestros deben valorar el
conocimiento, la historia familiar que cada pequeño de seis años trae consigo.
-¿Cómo
se deberían transmitir los conocimientos?
-En realidad, los conocimientos ya están en medio
de nosotros: en los documentales, en Internet, en los libros. El colegio debe
enseñar utilizando un método científico. No creo en la postura dogmática de la
maestra que tiene el saber y que lo transmite desde una tarima o un pizarrón
mientras los alumnos (los que no saben nada), anotan y escuchan mudos y
aburridos. El niño aprende a callarse y se calla toda la vida. Pierde
curiosidad y actitud crítica.
-¿Qué
recomienda?
-Me imagino aulas sin pupitres, con mesas alrededor
de las cuales se sientan todos: alumnos y docentes. Y donde todos juntos
apoyan, en el centro, sus conocimientos, que son contradictorios, se hacen
preguntas y avanzan en la búsqueda de la verdad. Que no es única ni inamovible.
-¿Cuál
es rol del maestro?
-El de un facilitador, un adulto que escuche y
proponga métodos y experiencias interesantes de aprendizaje. Generalmente los
pequeños no están acostumbrados a compartir sus opiniones, a decir lo que no
les gusta. Los docentes deberían tener una actitud de curiosidad frente a lo
que los alumnos saben y quieren. Les pediría a los maestros que invitaran a los
niños a llevar su mundo dentro del colegio, que les permitieran traer sus
canicas, sus animalitos, todo lo que hace a su vida infantil. Y que juntos salieran
a explorar el afuera.
-Varias
veces usted ha dicho que la escuela no se relaciona con la vida. ¿Por qué?
-Porque propone conocimientos inútiles que nada
tienen que ver con el mundo que rodea al niño. Y con razón éstos se aburren.
Hoy no es necesario estudiar historia de los antepasados, sino la actual. Hay
que pedirles a los alumnos que se conecten con su microhistoria familiar, la
historia de su barrio. Que traigan el periódico al aula y se estudie sobre la
base de cuestiones que tienen que ver con el aquí y ahora. Esto los ayudará a
interesarse luego por culturas más lejanas y entrar en contacto con ellas.
-¿Cómo
se puede motivar a los alumnos frente a los atractivos avances de la
tecnología: el chat, el teléfono celular, los juegos de la computadora, el
iPod, la play station?
-El colegio no debe competir con instrumentos mucho
más ricos y capaces. No debe pensar que su papel es enseñar cosas. Esto lo hace
mejor la TV o Internet. La escuela debe ser el lugar donde se aprenda a manejar
y utilizar bien esta tecnología, donde se trasmita un método de trabajo e
investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a
cooperar y trabajar en equipo.
-¿Es
positiva la doble escolaridad?
– En Italia llamamos a este fenómeno
“escuelas de tiempo pleno”. La pregunta que me surge es: ¿pleno de qué? Esta es
la cuestión. La escuela está asumiendo un papel demasiado absorbente en la vida
de los niños. No debe invadir todo su tiempo. La tarea escolar, por ejemplo, no
tiene ningún valor pedagógico. No sirve ni para profundizar ni para recuperar
conocimientos. Hay que darles tiempo a los niños. La Convención de los Derechos
del Niño les reconoce a ellos dos derechos: a instruirse y a jugar. Deberíamos
defender el derecho al juego hasta considerarlo un deber.
Este contenido ha sido publicado originalmente por La Nación en la
siguiente dirección: lanacion.com.ar
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