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PITO PEREZ
Les invito a leer: la vida inútil de Pito Pérez
La vida inútil de Pito Pérez
Fragmentos:
— ¡Qué quiere
usted que haga! Soy un pito inquieto que no encontrará jamás acomodo.
… Cada detalle me lo demuestra: en las tiendas ya no quieren fiarme; los
amigos no me invitan a sus reuniones, y el Presidente Municipal me trata como
si fuera el peor de los criminales. ¿Por qué cree usted que me dobló la condena
que acabo de cumplir? Pues porque le hice una inocente reflexión, a la hora de
la consigna. Él dijo su sentencia salomónica: para Pito Pérez, por escandaloso
y borracho, diez pesos de multa, o treinta días de prisión, a lo que yo
contesté con toda urbanidad: pero, señor Presidente, ¿qué va usted a hacer con
el Pito adentro tantos días? El señor Presidente me disparó toda la artillería
de su autoridad, condenándome a limpiar el retrete de los presos durante tres
noches consecutivas. ¿No ha observado usted que la profesión de déspota es más
fácil que la de médico o la de abogado? Primer año: ciclo de promesas, sonrisas
y cortesía para los electores; segundo año: liquidación de viejas amistades
para evitar que con su presencia recuerden el pasado, y creación de un Supremo
Consejo de Lambiscones; tercer año: curso completo de egolatría y megalomanía;
cuarto y último año: preponderancia de la opinión personal y arbitrariedades a
toda orquesta. A los cuatro años el título comienza a hacerse odioso, sin que
universidad alguna ose revalidarlo.
… — ¿Por qué dijo usted que nuestra conversación sería el diálogo entre
un poeta y un loco? —Porque usted presume de poeta y a mí me tienen por loco de
remate en el pueblo.
… Hay que gastar de lo que el país produce: hombres morenos, como Juárez,
para que nos gobiernen; y para beber, tequila, charanda o aguardiente de
Puruarán, hijo de caña de azúcar, que es tan noble como la uva. Le aseguro que
si en la misa se consagrara con aguardiente de caña, los curas serían más
humildes y más dulces con su rebaño.
Dediqué mis largos ocios a labrar con navaja un pito de carrizo, al que,
a fuerza de paciencia y de saliva, logré arrancarle primero unas notas
destempladas, y después de muchos trabajos, las canciones en boga por aquellos
rumbos. Se desesperaban los vecinos escuchando mis largos conciertos de
trémolos, arpegios, fermatas y trinos; tenías pito para levantarse, pito para
comer y pito para la hora de acostarse, a tal extremo, que protestaban y
gritaban pidiendo misericordia: —¡Doña Herlinda, silencie ese pito! —¡Que se
calle ese pito! Y Pito me pusieron de apodo, sin que me hayan lastimado con el
sobrenombre.
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